Raúl, un "niño de buena familia", tiene 25 años y acaba de graduarse de Ingeniero. En su currículum puede exhibir trabajitos ocasionales y calificaciones excelentes. Poco más, si no fuera porque los curricula venezolanos tienen un apéndice oculto que señala las veces en que has votado, firmado o marchado para oponerte a las locuras del régimen. Raúl, en ese apartado, las tiene todas en contra. Todas, mas una: Recientemente, en un examen médico de rutina, fue diagnosticado VIH positivo, algo que él había tomado con valentía y buen ánimo, hasta que le tocó empezar el peregrinaje en búsqueda de empleo.
De nada han servido las horas que ha dedicado al estudio de las leyes, de nada ha servido el asesoramiento recibido, de nada ha servido la honestidad, ni el buen juicio, ni las estrategias desarrolladas para ingresar “al mercado de trabajo” aun cuando no logre superar las famosas pruebas médicas. Todas las empresas privadas en que ha solicitado empleo, se han negado a contratarlo aduciendo razones que nadie es capaz de entender, después de practicarle un examen médico, en el que no advierten que averiguarán su estatus VIH. En el sector público no tiene caso buscar, allí ni siquiera miran un currículo manchado por su disidencia.
Las fuerzas de Raúl están llegando al límite, anda llorando por los rincones. Hace poco le dije que se mantuviera firme en su lucha, que todo ese rollo era absolutamente ilegal.
Ilegal, me contestó, y eso ¿a quien le importa? Nada vale, inventaré un negocio, de algo tengo que vivir.
Regresé a casa pensando que, precisamente, lo último que este país necesita es más gente inventado negocios y más muchachos de 25 años apelando a la resignación como recurso.
Esa noche, como otras, volví a tener un inexplicable ataque de insomnio.
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