Hace muchísimo tiempo, un cubano convertido en el Rey Midas de la telenovela patria, acuñó un sistema infalible para aumentar el rating de aquellos culebrones que por alguna razón caían en desgracia. Era bastante simple, consistía en enfermar de alguna cosa misteriosa y poco común, a alguno de los tres personajes más importantes de la trama: La protagonista femenina, el antagonista masculino y algún niño cercano a la protagonista. Como por abracadabra, a medida que alguno de ellos languidece en cama víctima de alguna fiebre indescriptible, un tumor infeccioso y maligno o algún misterioso malestar que se remedia con rezos y guarapitos, los numeritos aumentan y la telenovela se salva de chapotear un naufragio vergonzoso.
Es, y lo sabemos, un simple asunto de preferencias del espectador; por eso, los capítulos de una telenovela se escriben diariamente, según una historia pre-diseñada y flexible, que jamás termina como soñaron los guionistas. Basta una orden de los productores, para que se escriban diagnósticos impronunciables y alarmas de salud que buscan producir el efecto milagroso de convertir una historia en la que pocos tienen fe, en otra cuyo capitulo final tiene beso, palomita blanca y muchos puntos.
Lo único que hay que hacer, según una recomendación que todos aceptan como parida en Cuba por realizadores ambiciosos, es poner a la protagonista a fingir hospitales de cartón piedra y no dejarla ver por algunos capítulos, durante los cuales, los actores de reparto mantendrán con vida la historia que ellos quisieran protagonizar. Lo demás es pan comido: vendrán abultadas regalías, valiosos patrocinios y el reconocimiento por rescatar, con una estrategia conocida desde siempre, el rating de una telenovela que requería gran esfuerzo para salvar su pellejo.
Esfuerzo o, guionistas truculentos y cantidades monstruosas de dinero. Muchas mentiras, también, pero eso lo sabe todo el mundo.
Ya volvemos…
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