Han transcurrido 25 años desde la última vez que estuvimos juntos bajo el mismo techo, por tanto, si se imponía algo, además de la alegría dudosa de volver a vernos, era volver a vernos para ver como nos vemos. Así de enredada es la vida, sobre todo cuando una buena parte de tu agenda social empieza a ser ocupada por “reencuentros” de los que adorarías perderte. Nadie que se precie de llevar la vida que siempre quiso, se expone tan fácilmente al escrutinio de personas que decidieron llevar la vida que alguien más les obligó a llevar y por eso tienen mucho más cosas que uno: Kilos, chequeras, muchachos, divorcios, carros y casas. Escalafones, pues, que llaman.
En esa cuenta andábamos, cuando apareció Monzo, tan saludador y escandaloso como siempre. De no ser por eso, jamás lo habría reconocido. Unos 40 kilos de exceso definen en el 2011 a quien en 1986 era un atleta de buena pinta y cortos sueños. Lo saludé y podría jurar que junto a él, entraron varias botellas de güisqui y muchas noches de cansancio. A su lado, enjoyada, sobrevestida y claramente fuera de lugar, el trofeo del momento: la esposa número 4, más “más” y más “mosca” que todas las anteriores. Monzo repartió abrazos, simpatías y raro aspecto; a su paso, un aire de rotunda curiosidad revolvió los buenos propósitos de quienes fuimos sus amigos hace un cuarto de siglo.
Elsy, en honor a la simple curiosidad femenina de siempre, fue quien se ocupó de poner las cosas en claro, sin quererlo. A su incauta pregunta de “¿En qué andas metido, Monzo? nos tocó escuchar sin pestañeos, una nueva descripción del país que vivimos. Monzo, graduado de Ingeniero Mecánico en la ULA, ejerce su oficio en un taller de autos que presta servicios a un municipio del interior. En su posición, Monzo supervisa el trabajo de varios mecánicos, como se supone debe hacer quien estudió para eso; pero, además Monzo es quien se ocupa de “arreglar” el ADN de automóviles que deberían prestar algún tipo de servicio público pero, “por ordenes de arriba”, forman parte del vasto parque automotriz comercializado entre los amigos del régimen.
Lo contó a boca llena, ahondó en detalles, procedimientos y mecanismos. Por último aseguró que, gracias a eso, se ha hecho millonario en los últimos 5 años, y que no obstante, jamás ha votado por los rojos ni lo han obligado a marchar. (Él cree que debería, para agradecerles el favor, dijo riendo a carcajadas, pero no le provoca por gordo, más que por otra cosa).
Al cuento se fueron sumando espectadores hasta convertirlo en atracción principal. Discretamente en el fondo, alcancé a notar que “su trabajo” de hoy, sustituye con creces la admiración que despertaban, en ese coro, las medallas que antes logró en bien ganadas hazañas deportivas. Gordo, envejecido y millonario, Monzo finalmente hizo suya una fiesta en la que todos los invitados, alguna vez, soñaron ser como él; aunque para lograrlo, hubiesen tenido que estar donde él.
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