No han sido alegres los días que empiezan a amontonarse desde que el domingo pasado, la mano insaciable del poder desmedido, siguiendo instrucciones dictadas por quienes parecen los dueños incuestionables de la Isla de Cuba, robaron descaradamente la fiesta electoral más amena que Venezuela pudo haber tenido en los últimos años. Casi a las 12 de la noche, (todo el mundo lo sabe bien) una mujer diminuta, fea y mal encarada que - para desgracia de todas las mujeres venezolanas - preside el poder electoral, se convirtió en una de las personas más despreciadas de todo el país al anunciar, a la carrera, olvidando formalidades y palabras necesarias, un triunfo demasiado cuestionable del candidato más gris que la República (llámese como se llame y tenga el número que le quieran poner) ha exhibido.
Tres días más tarde, ese momento parece una lejana pesadilla. Una sucesión de mentiras lamentables y una larga cadena de confusiones, han hecho que nuestros días, usualmente breves y laboriosos, comiencen a tener longitudes anormales que parecen contar muchas más de las 24 horas de ley. En estos tres días hemos aprendido rápidamente a protegernos de las amenazas, convertidas en realidad a ritmo vertiginoso, que desde su desgobierno y su desesperación lanzan a los cuatro vientos, un equipo de líderes mampuestos despilfarradores de una herencia que pudo haberles dado grandes beneficios. En tres días hemos pasado del estupor a la rabia y de nuevo al estupor; de ahí a la zozobra y siempre, siempre, al dolor más profundo: el de vivir en una ciudad dirigida por la rabia de unos muchachos, que a bordo de una motocicleta (regalada por el gobierno en el mismo acto en que les regalaron las armas de guerra) cubiertas las caras por trapos rojos y en parejas, patrullan las calles de este pueblo de jóvenes, devenido en pueblo fantasma que entierra en silencio a sus muertos. Todo lo demás, importa menos. Ya no es posible un reconteo de votos, pues la autoridad que debería certificar su transparencia, se ha ganado un enorme desprestigio que lo hace inviable. Ya no es posible un equilibrio en las ideas, pues quienes deberían responder a esa propuesta, han perdido la razón, ante el temor de perder el poder. Y, sobre todo, ya no es posible la convivencia pacífica por la que tanto apostamos en las semanas del luto; Un simple acto de cobarde soberbia, ha terminado de desunirnos para siempre.
En un lado se escuchan cacerolas, a Dios gracias; en el otro disparos. En un lado se ordena replegarse; en el otro, allanar con perversa maldad la vida de los otros. En un lado se habla de paz y se hacen propuestas concretas, en el otro se ejerce la violencia desalmada que ayer dejó en crítico estado de salud al hijo de un dirigente del Comando Simón Bolívar; por sólo mencionar un caso.
Por encima de eso, tratamos de vivir. Si es que esa palabra tiene sentido alguno en este momento. Tres días han bastado para entender la verdad: Venezuela ha sido secuestrada por dictadores sin escrúpulos ni conciencias. Eso es lo que hay, por ahora.
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