Como si la semana anterior no hubiera sido prolífica en sobresaltos y errores que evidencian cuan tortuoso es el camino por el que nos llevan a rastras; anoche, con dolor, recibimos la mala noticia del fallecimiento de Franklin Brito en el Hospital Militar de Caracas.
Viví la historia de Brito con un deseo grande (e inútil) de ser objetivo. El diario reporte de noticias sobre su salud, me mantenía al tanto de que su situación había alcanzado el punto de no retorno. Entre su extrema gravedad y su negativa personal a recibir ayuda, mediaban los detalles de su internamiento forzoso en el Hospital Militar y denuncias que apuntaban a que Brito, un acerado defensor de reivindicaciones legítimas, era un preso muy conspicuo del régimen.
Esa parte de la historia terminó anoche y tengo que admitir que me ha causado una profunda y terrible preocupación: La muerte de Franklin Brito sólo puede ser vista como el punto de quiebre de un sistema social que no da más de sí. Pocas horas después de anunciarse su fallecimiento, con mesurada e inédita cautela, las voces opositoras parecen respetar su nombre y el de su familia; entre tanto, los jerarcas y vireyes se pronuncian de soslayo en el envés de alguna cita electorera. Para el resto, Brito aun no ha dejado de ser un tipo que lo arriesgó todo y prefirió perder. ¿Un loco, tal vez? No se. Pero, no saberlo no debería dejar de causarnos la más profunda de las angustias. Que un ciudadano venezolano decida, públicamente, morir en defensa de sus legítimos derechos y no exista fuerza que logre disuadirlo porque, entre otras cosas, el estado prueba ser un interlocutor tan desinteresado como inútil; indica probablemente que el colectivo siente que ya no es posible obtener las reivindicaciones que le corresponden, no percibe la esperanza clara de cambio y acepta como hecho normal la muerte, por inanición, por desidia, por violencia o por hastío.
Basta darle una ojeada a los comentarios que escriben los lectores de diversos medios en línea, para darnos cuenta que, en materia de compasión humana, la polarización nos planta ante la terrible posibilidad de aceptar su sacrificio como una opción personal, que refleja muy dolorosamente tanto la inutilidad, como el perjuicio de los actos extremos.
Sin embargo, Brito nos ha dejado una certeza que se agradece: Su muerte, junto a las múltiples evidencias de la gigantesca descomposición que vivimos, nos ha puesto al borde del precipicio. Podemos caer y tal vez de allí surja alguna milagrosa reconstrucción; podemos seguir en el borde, viendo como ante nuestros ojos pasan las más increíbles y disparatadas historias hasta que el borde ceda sin remedio; pero, podemos intentar evitar la caída, mantener el equilibrio y salvarnos. Para eso, usualmente se necesitan descomunales esfuerzos colectivos y sacrificios de altísimo costo.
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