Ya está.
Consiguieron que Juan Carlos entre en razón y se deje de tonterías amatorias a
esta edad y con tanto hueso maltrecho que arrastra por ahí. No hay más princesa
alemana, ni elefantes muertos ni traspiés de ningún tipo. El reino no está para
tafetanes.
Corinna zu
Sayn-Wittgenstein, ha puesto, literalmente, los pies en polvorosa. La princesa
alemana, una rubia guapísima que le dio alimento a la prensa del corazón por
casi dos meses, regresó a su casa en Montecarlo, que es donde vive, y a donde
el Monarca ha ido a visitarla mientras atiende, como quien no quiere, negocitos
con Alberto (otra Majestad que de Serenísima, nada). Pillado con los pantalones abajo y en trance
quirúrgico, el romance ha terminado, (o al menos se ha mudado al muy
libertinoso Principado) para
tranquilidad de Sofía, la Reina
a la que según todas las lenguas, Juan Carlos si mucho, le tiene cierto
aprecio. Más nada. El Matrimonio Real, cumpliendo (que no celebrando) bodas de
oro, intenta volver a una normalidad que nadie es capaz de describir
acertadamente. Sofía, todo el mundo lo sabe, ha puesto a prueba su paciencia de
esposa cornuda durante una buena parte de esos mismos 50 años que, tal vez no
le pesen, pero bien valen una jubilación honrosa. Algo que, por cierto, exige
Jaime Peñafiel, la voz más autorizada en el tema, casi a gritos.
No va a
suceder. Bastante le ha costado a Sofía aceptar las andanzas de un yerno que
bota la segunda y de otro que le encanta lo ajeno. Bastante le costó sentarse a
picar confites con la nieta de un taxista y refugiarse en el regazo de su
hermana mística ante algunas pruebas que la vida le ha puesto; una de las
cuales fue sombra y canción cantada en marquesinas de papel cuche, durante una
buena parte de su vida. Los reyes no se
divorcian, faltaría más. Ni aunque Juan Carlos se vaya a vivir a una carpa
africana con el Ballet Nacional de Kenia.
Por lo
pronto, una vez más, la ruptura es con “la otra”: Corinna, la princesa alemana
que organizó el viaje a Botsuana y armó el escandalito del elefante. Sofía está
atornillada a ese trono hasta que la muerte los separe y lo hace, ya lo ha
dicho el Borbón que ni aprende ni olvida, como una profesional. Aunque nadie se
la pueda imaginar despatarrada en amores, Sofía sigue poniendo banderitas de
Cruz Roja, amadrinando buques, hablando del mal de Alzheimer y de cualquier
otra causa que la patria ajena le requiera.
Es lo que
tiene el que nace con posibles y con la vida diseñada. España está por encima
de todo. Tal vez.
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