
En ese
momento exacto entró a la tienda un hombre gordo y moreno que se bajó de un
taxi y caminó hasta la caja. Un par de minutos más tarde, dos muchachitos
estacionaron una moto en la entrada y caminaron detrás del gordo y delante de mí.
No hubo ninguna violencia. Es decir, no hubo tiros (si, armas) ni gritos, ni
cosa alguna que lamentar. Los dos muchachitos encañonaron al gordo, este sacó
del bolsillo interior de su chaqueta un grueso fajo de billetes, un celular y
su cartera. Los dos muchachitos revisaron la cartera, le devolvieron sus documentos,
le quitaron un par de billetes de 100 que estaban dentro y voltearon a pedirle
el celular al cajero. Yo había logrado ponerme a salvo. Parapetado detrás de un
carro, no me vieron ni me pidieron nada.
En seguida salieron caminando con calma, abordaron su moto y huyeron.
Nadie los persiguió. Nadie los vio perderse en el tráfico. Nadie gritó.
Caminé
hasta la caja. El gordo (mensajero de la tienda) a quien acababan de quitarle 7 mil bolívares,
aseguró entre dientes que lo venían siguiendo desde una agencia cercana del
Banco Mercantil. El cajero y aparente “encargado” del negocio solo atinó a
decir que “la plata se recupera….eso no es nada”.
Cuando les
sugerí hacer alguna denuncia, llamar la policía o intentar alguna defensa,
todos me miraron como si yo fuera un extraterrestre. Fue opinión general que llamar la policía o
hacer denuncias es una pérdida de tiempo; es más, ellos están seguros que
detrás de cada asalto de motorizados, hay un policía de jefe.
Pagué mi nueva batería, la instalaron y todo continuó
business as usual…el gordo en un rincón agradecía a sus dioses que no le
hubieran pegado un tiro. Por lo demás,
ni fue el primer asalto, ni será el último.
Verdaderamente resignados por ahora. Pero nos volveremos a acostumbrar a estar tranquilos y vivir en paz...
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