
Tanto
Henrique Capriles, el candidato de la Unidad Democrática, como el Presidente en ejercicio, han oficializado su candidatura a la Presidencia
de la República (uno por primera vez y el otro por enésima) para las elecciones
del próximo 07 de Octubre. Ambos apelaron a actos similares e indispensables en
el devenir de una campaña electoral: la exaltación de sus seguidores y lo que
en buen criollo se conoce como “Baño de masas”. Nada indica mejor que todas las
armas están empuñadas: Un acto realmente masivo (ambos lo tuvieron) es la mejor manera de decir que estamos en los
puestos de salida y que ya no hay posibilidad de echarse para atrás. Para ser
hípicos, es decir, venezolanos, se ordenó la partida.
Similaridades
aparte, sin embargo, las dos concentraciones que sirvieron de marco a la
presentación oficial de las candidaturas también han servido para mostrarnos,
por milésima vez, los dos pedazos de país: uno que para cada evento electoral
ve renacer su esperanza y sale a la calle esgrimiendo colores, cantos, alegrías
y posibilidades de cambio y otro que diariamente necesita reafirmar que su
trabajo depende de la camiseta roja y la foto alumbrada. Básicamente, esa es la
realidad a la que hemos sido disminuidos. Algunos hablan de un tercer grupo y
no es difícil reconocer que existe, pero ellos todavía no se manifiestan,
terminarán sumándose a alguno de los existentes, o no,
y seguirán siendo responsables de su propia apatía. Los dos grupos fundamentales sobre los que
reposa el futuro del país, han salido a la calle y empezaron a medir sus
fuerzas. Fuerzas que por cierto, en este
primer encuentro han resultado bastante dispares. No sé, probablemente son ideas mías y a mi
subjetividad me remito, pero esa disparidad, me parece que nos está
favoreciendo a nosotros. La marcha del domingo
movilizó a un millón y medio de personas,
según todo calculo; y por encima de consideraciones de otro tipo, estuvo
impregnada de compromiso voluntario y de energía de cambio. No es posible decir
lo mismo de la concentración de ayer en Plaza Caracas. Lo admitan o no, en el
acto multitudinario de ayer para apoyar al candidato presidente, a los
asistentes no les quedó otra alternativa. Es posible que algunos de los que
allí estaban sean capaces de creer que ese señor sea una promesa de futuro
individual (sin duda los ministros encabezan esa lista) pero, realmente, nunca
las pantallas de todos los televisores criollos habían mostrado desánimo igual.
Eso no es suficiente para ganar las elecciones, pero es una excelente manera de
empezar. Si yo, como elector, debo escoger entre un discurso que pese a todas
las dificultades, continua apostando a la esperanza y uno que sigue
patrocinando el caos, la decisión parece obvia. Difícil, es verdad, pero obvia.
Lo que
comenzó ayer no es un juego. Los problemas gravísimos que vivimos no se
resuelven en un mitin, ni en una marcha - aunque caminemos 200 kilómetros - . No
hay tiempo para rescatar conciencias perdidas y hacer campaña; pero por alguna
parte tenemos la obligación de empezar a enderezar tanto entuerto. Lo que estamos enfrentando es la
inmoralidad y, cuando un pueblo que ha perdido sus valores elementales se
enfrenta a la inmoralidad, esta gana. Es lo primero que tenemos que entender y vencer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario