Lil, una
amiga muy querida, tiene una cabaña. Un sitio realmente bonito, en un paraje
realmente bonito. La construyó, literalmente, con el sudor de su frente, la equipó
debidamente y - como están haciendo casi
todos los merideños que pueden permitírselo - la alquila a visitantes eventuales. Eso que
llaman turistas y cada vez escasean más por estos fueros. No puede alquilarla a
nadie fijo pues ya sabemos que la perdería.
Hace un par
de días llegó un grupete de huéspedes que había hecho negocio por la cabaña
desde el 20 hasta el 28 de Diciembre, una semana que ellos imaginaron llena de
aventuras, caminitos verdes, frio y buena comida. Esta mañana anunciaron que es
preferible hacer maletas. Que se sienten estafados. Que ellos, lo quiera Lil o
no, se van mañana. Que hasta la próxima.
¿Qué le
pasó a estos huéspedes bien atendidos, instalados en una casa cómoda y bonita,
deseosos de una semana de descanso feliz? Descubrieron Mérida. Nada más. Fueron a Mérida
y se encontraron con la boca de un animal gigantesco que se alimenta de caos,
desorden, anarquía, basura y el tráfico más inhumano que alguien pueda
imaginar. No hay vaquitas pastando en ningún lugar, no hay prados de singular
belleza (bueno, quedan; pero llegar a
ellos exige un esfuerzo de horas frente al volante) no hay maticas, ni flores
en las aceras, ni avenidas limpias y no hay, ni por asomo, merideños amables y bien
portados, básicamente porque ya no hay merideños.
Mérida, esa
ciudad famosa por lo que fue, es hoy día el remedo de una ciudad que quiso
crecer, no supo cómo y se la comieron tanto las ambiciones de sus gobernantes
como la desidia de sus pobladores. ¿Cómo no sentirse estafado, si para llegar a
la cabaña preciosa, hay que atravesar un pueblito que podría ser bello, pero
recuerda el barrio más peligroso de Petare? ¿Cómo no sentirse estafado si para
poder ir a conocer la Catedral (una joya arquitectónica de verdad) hay que
arriesgar la vida entre millones de buhoneros y millones de motorizados
malandros? ¿Cómo no sentirse estafado si en toda la ciudad no queda ni una
pared limpia de grafittis y/o pintas políticas? ¿Cómo no sentirse estafado, si
a pesar de ser un problema en “vías de solución” para transitar por Mérida, hay
que hacerlo obligatoriamente entre bolsas de basura mal oliente?
Yo los entiendo perfectamente, venir a vivir el frio de diciembre no tiene porque ser excusa para tantas calamidades. Es cada vez mas frecuente, vienen por unos días y
deciden salir corriendo a poco de haber llegado; la razón: aquí, no hay ninguna cosa que
ver.
No deja de ser una lastima. Todo lo que necesitamos para convertir esta ciudad en el sitio hermoso que una vez fue, es un poco de voluntad, mucho esfuerzo y algún dinero. Eso no puede ser tan dificil de juntar. ¿O si?
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