Hoy finalmente es 10 de enero. La fecha por la que todos andaban enloquecidos. Esta mañana, cuando salí a mi caminata de todos los días, lo primero que noté fue la presencia inusual de soldados en las calles. Mi avenida, (una de las más “revoltosas” de la ciudad) estaba tomada por uniformados verde oliva y alcabalas improvisadas cada 150 metros. No estaban haciendo nada, ni molestando a nadie; estaban, como por si acaso. En otros sitios de la ciudad también. Me cuentan que en otras ciudades era lo mismo. El país militarizado en el día de la toma de posesión del presidente ausente.
Ayer, la inefable presidenta del Tribunal Supremo de Justicia nos había adelantado lo que sucedería y ya todos estábamos perfectamente preparados y, porque no decirlo, resignados: Ni está, ni hace falta, ni va a venir, por ahora. La juramentación, si acaso, se hará un día de estos en articulus mortis o de viva voz y energía rozagante, que con él nunca se sabe. La jueza además, aclaró que el Vicepresidente no es presidente encargado, por no sé qué razones que no entendí y que aquí mandan ellos y al que le guste bueno y al que no, también.
El vicepresidente volvió a decirlo hoy, durante una cadena oficial mal copiada de las habituales, después del acto en que se juramentó al pueblo chavista: O somos socialistas o somos socialistas. Los demás no cabemos. A los demás hay que odiarnos. Daniel Ortega nos insultó, Mujica nos regañó y así, por si las dudas, los reyes del sin sentido pasaron por go y cobraron sus doscientos. Ya está: El país sigue adelante pues aquí se acaba de decretar una cosa difícil de entender, que no existe en nuestra constitución, llamada Continuidad Administrativa. Un término digno de estudio junto a la palabra sobrevenida.
Si esto lo hubiera escrito ayer, después de escuchar la rueda de prensa de la Jueza Suprema, habría cometido más de un disparate. Por eso he esperado, para digerir la sentencia, para entenderla y para captar la esencia de lo dicho y darle alguna lectura. No es tiempo ni para chistes, ni para más insultos. Después de todo, es muy poco lo que podemos hacer para cambiar esa situación. En las calles de este país, cientos de miles de personas rezan por un milagro que no se sabe si será cierto o prefabricado y esperan, tras varias promesas, algunos regalos que los convierten en leales seguidores de un Dios que nadie sabe en qué situación se encuentra.
En realidad, no hay gobierno, o al menos no hay gobernante visible: la presidencia o la máxima autoridad la han compartido hasta ahora dos hombres duros del Partido, a quienes la gente sigue porque hay que seguir a alguien. El líder, el verdadero líder, se supone que está en una Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital cubano, o escondido en alguna parte de La Habana dirigiendo junto a Fidel y Raúl todo el circo.
Ese es mi recuento del 10 de enero por el que todos estaban enloquecidos. Los líderes de la oposición han hablado muy poco, Globovision recibió un nuevo expediente administrativo y dos grupos de trabajadores en huelga, ordenaron a sus afiliados cesar la protesta antes de que todos pierdan sus empleos. Quienes estamos en contra, hablamos bajito, enviamos twitters de diferentes tonos (la mayoría muy subidos) y nos encerramos en nuestras casas, enmudecidos. Algunos estarán preparando la estampida y otros rumiarán la desgracia de ser una minoría para quienes mucho se ha perdido: La libertad, por ejemplo, la democracia.
Otros pensamos en cómo enfrentarlo. Supongo que en silencio salvador de individualidades. Yo por ejemplo, me callaré por un rato. Hasta ver el fondo de las aguas turbias, hasta recibir alguna señal de futuro.
Me siento demasiado maniatado, demasiado amordazado, demasiado amenazado y demasiado odiado. Hay muchas cosas más sobre las cuales escribir y será más grato. Yo no estoy dispuesto a ponerle el pecho a los fusiles de la patria roja. Lo siento.
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