Hace dos días comencé a creer seriamente en la enfermedad del Presidente de La República. Negándomela desde sus inicios, como una de esas cosas que en la vida real no le sucede a un hombre con tanto poder, llegué a compararla con la conocida estrategia de enfermar al protagonista, que inventaron los cubanos cuando una telenovela perdía rating. Siempre que pude, desmentí rotundamente los rumores que circulaban por las redes sociales y los ventorrillos del país y recuerdo haber subido el tono para asegurar que todo era una patraña.
Hace un par de días cambié de parecer. Fue un detalle casi imperceptible sucedido en un programa de Globovision, (al que me acerqué con recelo buscando información) lo que ayudó a convencerme: los periodistas que conducían el programa, tenían el mismo requiebro y el mismo “guabineo informativo” de cuando hemos perdido elecciones. Esa cosa de aparentar que sabes algo crucial pero no puedes – o no te da la gana – de contarlo y entonces, te dedicas a darle vueltas en un juego perverso de adivinanzas y suposiciones.
Es más o menos lo que está haciendo todo el país, de la mano de dos insignes informantes que buhonerizan la historia oficial, para que cada quien la interprete a su modo. Lo hacen, con sus más y con sus menos, sobre todo en ocasiones en que la sensibilidad del “pueblo” está exacerbada - como esta Nochevieja - o cuando se acerca un evento político de gran tra la la. A partir de lo que cualquiera de los dos dice, se arma una red de análisis y comentarios tan rebuscada y exagerada en sus detalles que termina siendo sospechosa. Por eso el descredito, el sorprendente y morboso descredito de un colectivo que, bien porque lo admira y prefiere la negación o lo adversa hasta el punto de creerlo capaz de cualquier horror, de todos modos lee y sigue con acuciosidad todo lo que se escribe o se dice sobre la salud del Presidente, pero no lo cree.
Son aportes al ruidoso silencio que rodea el problema político más serio que Venezuela ha enfrentado desde el inicio de su vida republicana. Son también, estrategias de mitificación del líder, con cuya intimidad no se permiten cercanías y es en último caso, una demostración de poder que puede rendirle beneficios a quien la ejerce.
Es en realidad un error garrafal. Nuestra tendencia a las habladurías no ha debido jamás enfrentar semejante prueba. Puestos a escoger, creo que nadie olvidará nunca los días en que el Presidente estuvo enfermo (de verdad o de mentiras) en La Habana. Y eso no ha debido permitirse nunca. Unos bien intencionados partes médicos cada dos o tres días, leídos por algún buen “doctor” de bata blanca y estetoscopio al pecho, habrían devuelto la calma y mantenido las aguas a su nivel.
Hoy, cuando se supone que el señor agoniza en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital cubano, de lo único que tenemos certeza oficial es del silencio que rodea sus estertores. Aun así, yo he decidido pasarme al bando (minoritario) de los que creen en su gravedad y sienten pena por él. Sólo me gustaría no estar perdiendo mi tiempo.
Excelente tu escrito.a mi en cambio todo esto se me parece a una de esas veces que un país entero se paraliza para oir los resultados de la lotería nacional cuyo premio gordo se acumula desde hace dos años largos. La mitad compra boleto ligando desde el egoismo y la otra desde la pereza.
ResponderEliminarSuerte en este 2013.
Saludos, I.S.S.