Hace seis años, recién egresado de la Universidad de los
Andes con un flamante titulo de Politólogo, Oliverio, que nunca fue realmente
un estudiante modelo, decidió juntar sus ahorros, aceptar toda la ayuda que su
familia pudiera darle e indagar las posibilidades de invertir todo ese dinero
en algún negocio que le permitiera mantener a sus dos hijas, sin tener que
pedirle nada a nadie. Matatigres por definición, fanático de armar y desarmar
todo tipo de automóviles y maestro en el arte de llevar un volante, casi al mismo
tiempo que entró a la facultad empezó a
trabajar como “avance” en una buseta que su tío tenia adscrita a una línea
interurbana. Manejar una buseta, para un
tipo como él, era como continuar con el juego de camiones que le trajo el Niño Jesús
cuando era niño. Lo enfrentó con entusiasmo y se hizo un lugar en la línea con
bastante rapidez; no solo es que sea buena persona, es que sabe tanto de los
intrincados mecanismos de funcionamiento de un vehículo y le gusta tanto poner
a prueba sus conocimientos, que se fue convirtiendo en la elección obligada por
sus colegas a la hora de resolver cualquier desperfecto.
-
Yo no sé porque terminé estudiando
esa cosa de Ciencias Políticas que no se parece en nada a mí, si yo lo que he
debido hacer es estudiar Mecánica - dice cuando le
preguntamos por su extraña elección
profesional – de todas maneras, fíjese,
eso yo ni lo he mirado mas nunca, es que como ese fue el cupo que me dieron en el
liceo y andaban todos en la bulla universitaria -
Oliverio resume así su desinterés por
la carrera que le dio a sus padres el orgullo de acompañarlo al Aula Magna de
la Universidad de Los Andes y con increíble franqueza despacha el asunto en un
minuto. Ni sabe, ni le interesa saber nada de la Politología. Lo suyo es otra
cosa.
Esa otra cosa se le apareció cuando
entendió que necesitaba algo para ganarse la vida; un día, surgió la
oportunidad de comprar una buseta en la línea en la que trabajaba como avance.
Se la vendían con el cupo incluido, en
un traspaso que a ojos de todo el mundo, era un negocio redondo. Su padrino
insistió tanto en que pusiera ahí su dinero, que terminó dándole una parte de lo que
necesitaba invertir y fue quien lo puso en contacto con el agiotista que le
cuadró el préstamo en cuotas relativamente fáciles de pagar; rentables, al
menos. Hace seis años, Oliverio dejó de ser avance para convertirse en
propietario de la unidad que el mismo maneja – y cuida – con esmero digno de
mejor causa. Cubre una de las rutas más largas y buscadas de Mérida, la que
atraviesa la ciudad casi de punta a punta, desde el centro hasta la Urb. La Floresta.
No tiene idea de cuantas veces al día recorre el tramo, pero no le importa. A
fuerza de subir y bajar por la avenida más transitada de Mérida, ha desarrollado un gusto aun mayor por el
volante y cierta displicente condescendencia hacia los avatares de un oficio
que se ha tornado casi imposible y en el que reconoce algunas víctimas de lo que llama “este desastre”: los estudiantes, por ejemplo, inocentes en medio de un conflicto que tiene a
la ciudad descuadernada.
Como la mayoría de sus colegas
choferes, le toca hacer una salvedad al explicarse - Bueno, ellos no tienen la culpa, de verdad; es más, a lo mejor hasta es verdad que tienen ese
derecho; pero, es que “la cosa” está muy en el aire, aquí alguien tiene que responder por lo que pasa
-
“La cosa”, como bien la llama, es el Boleto
Preferencial Estudiantil. En una ciudad que es sede de una de las más grandes universidades
públicas del país, 5 Institutos tecnológicos reconocidos, La UNEFA, una enorme cantidad de institutos públicos y
privados, una universidad consagrada al Turismo y la Hotelería, mas varios centros de enseñanza más o menos
formales y tiene una población de casi 250
mil habitantes, el oficio de
estudiar se convierte en un verdadero
quebradero de cabeza para quien se atreve a ganarse la vida batallando con el
transporte - subsidiado - de ese contingente interminable de muchachos. Como Oliverio, por
ejemplo.
-
Antes, hace unos dos años, era más
fácil, ellos (el
gobierno estadal) cumplían con los pagos,
y las tarjetas funcionaban, uno le hacía arreglos a las maquinitas y podía más
o menos llevar un buen control y cobrar su plata, si no mensualmente, por
lo menos, por lo menos (arrastra el por lo menos para aclarar que el incumplimiento
era llevadero, hasta hace poco) cada dos o tres meses. Pero ahora esto es
una loquera. Cualquier muchacho, con uniforme o sin uniforme, con carnet o con
constancia inventada o correcta, entra y pretende no pagarle nada a uno por el
pasaje….
Es la queja de la mayoría de sus colegas: una disposición
gubernamental dejó sin efecto la maquina controladora y la tarjeta que servía
para abonar el importe del pasaje subsidiado al que los estudiantes tienen
derecho y convirtió la vida de los buseteros en un suplicio que se extiende
desde mediados del 2016. Un suplicio que ha tenido poquísimas respuestas y que
según Oliverio y uno de sus compañeros chóferes, está lleno de rumores, promesas
vanas y espejitos. Si, les han pagado,
dice el otro conductor, pero ni por asomo lo que se supone que habían acordado
en conflictos previos; pues, para
empezar, matiza, es imposible aceptar como bueno un cálculo de estudiantes
transportados, así nada más. Una buseta que va para La Hechicera (el núcleo
universitario por excelencia, sede de la mayoría de las facultades consagradas
a las Ciencias) no transporta el mismo número de estudiantes que una buseta que
vaya para Santa Juana (popular barriada del sur de la ciudad, donde solo se
alojan un par de facultades y un enorme liceo técnico industrial) dice con lógica irrebatible.
-
No van a salir a pagarnos a todos lo
mismo –
Es el razonamiento tras el conflicto que les está causando un
daño enorme. Un conductor de autobús que no trabaja, no come. Es así de simple.
Los conductores de autobús, en este
momento, dados los precios de los repuestos, las limitaciones impuestas para el
cobro del pasaje y los riesgos asociados a la inseguridad personal
(particularmente ensañada en su contra) trabajan para el diario. A veces, ni
eso, y si para uno de los dos choferes
el problema es la leche de su hijo de un año de edad, para el otro, el asunto es bien distinto; se siente entrampado. El
gobierno regional ha desplegado una flota de autobuses de muy superior calidad
– “como nuevos, pues” para cubrir todas las rutas que los transportistas de la
ciudad, en un justo ejercicio de sus derechos, están dejando desasistidas y no
hace nada por resolver el conflicto principal: un mecanismo eficiente de
control para el boleto preferencial
estudiantil. Un mecanismo que aclare quién es el que está subsidiando el pasaje
de los estudiantes merideños, el gobierno o el conductor
-
Porque hasta ahora, en los últimos meses, el pasaje de los
estudiantes lo subsidia el dueño de la buseta
y eso ni le importa a los estudiantes, ni le importa al gobierno, ni le importa a nadie -
El paro de transporte en Mérida lleva ya 5 días, siete si
contamos el último fin de semana. Ha sido silencioso. Empezó con un brote de mucha
violencia en el que un grupo de encapuchados (ya nunca se sabe a qué bando
pertenecen) incendiaron una unidad el miércoles pasado. Al día siguiente, las calles de
la ciudad amanecieron con el silencio apacible y las largas colas en el
trolebús que hablan de “problemas de
transporte”: ni las rutas urbanas, ni las rutas extraurbanas del Estado Mérida
tienen medios de transporte privado a su disposición. Solo los autobuses - rojos - del gobierno prestan servicio en
condiciones de crisis. Unidades nuevas pero abarrotadas que a precio muy
económico, previa espera de una hora y media en promedio, movilizan a los miles
de merideños que no disponen de automóvil propio; relentando hasta casi detener
la vida productiva de una ciudad que ya está aquejada de muchos problemas.
Oliverio está decepcionado y tiene mucha rabia, pero sigue en pie de lucha. Sospecha –
sabe más bien – que el conflicto se resolverá de algún modo turbio y que la
presión de sus compañeros, preocupados por el pan nuestro de cada día, hará que vuelvan a rodar por las avenidas en poco tiempo. Resiente la actitud poco solidaria del
gremio de los taxistas (que están haciendo su agosto, literalmente) y no quiere
ni oír hablar de los mototaxistas. Pero, sobre todo, sabe que el tema del
boleto estudiantil así como las otras quejas del sector, irá a parar a un saco roto.
-
Seguiremos subsidiando nosotros el
pasaje o dejaremos de montar estudiantes, hasta que se vuelva a armar un
zaperoco y los estudiantes vuelvan y quemen otra buseta, esto es así
siempre.
-
¿Por qué es que no han resuelto el
tema del mecanismo de control del pasaje estudiantil?
-
Pues porque dicen que no tienen plata
ni material para hacerles las tarjetas a los estudiantes; pero, eso sí, plata
pa´l tal carnet de la patria…pa´eso si hay…la que sea.
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