està en otra Cuba
Yoani Sanchez
Se llama Wendy Maldonado, debe tener un máximo de 25 años y trabaja en la oficina de Seguros Canarias en Mérida desde hace 22 días, según propia confesión. Esta mañana tuve que conocerla y, la verdad, si una persona de esa edad, un lunes a las 8 y media de la mañana en un trabajo que acaba de estrenar, está tan amargada y de tan mal humor, algo terrible está sucediendo. Sin salir de su estupor cuando le extendí la mano e hice un gesto amable de saludo y buenos días, Wendy no logró de modo alguno “atenderme”. Se limitó a anotar mi número telefónico. Fue, lo que ella es: una oficinista mal preparada y mal pagada a cuyo jefe le importa poquísimo su desempeño y lo hizo sin una sonrisa, una palabra de amabilidad o un gesto cortes que cambiara de algún modo el inicio de mi semana. Wendy no ha entendido, seguramente porque nadie se lo ha explicado, que nosotros, los clientes, pagamos su salario y no tenemos la culpa de su amargura ni conocemos las razones de su Síndrome del Lunes en la mañana. Que nosotros, los clientes, no somos sus enemigos. Sorprende sobre todo su falta de originalidad. Wendy se reproduce, como la mala hierba, en todas las oficinas públicas, en todas las cafeterías, en todas las panaderías, en todas las tiendas del ex país. Nuestras Wendys son el mejor ejemplo de que la Venezuela Bolivariana del Siglo XXI, NO ES UN PAIS DE GENTE TRABAJADORA Y SIMPATICA. Las Wendys incontables del nuevo siglo personifican una realidad preocupante: los nuevos venezolanos odiamos trabajar. Lo consideramos un castigo, lo consideramos una maldición satánica. Odiamos el esfuerzo, somos flojos, poco productivos, poco instruidos, poco dispuestos a superarnos. No nos importa crecer, no nos importa cambiar nuestra vida de una manera honrada y limpia, aunque tengamos el chance de sentarnos en un escritorio decente. Lo lamento mucho, pero estoy descubriendo que para vivir en Venezuela hace falta poseer todo el material de elevación e iluminación espiritual publicado desde Moisés hasta Paulo Coello, toda la luz violeta, toda la calma divina y un ejercito de santos apaciguadores comandado por Santa Helena de la Cruz. Creo que no hay otra salida. O si, pero lo dijo Yoani antes que yo, y me da pena robarme una oración tan brillante.
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