Cuando llegó a Mérida,
hace ahora siete años, Marisela era una estudiante brillante de 18 años, cuya
vida adulta había conocido solamente la voz – autoritaria, suele llamarla – de un presidente: el difunto, como le dice
sin nombrarlo. Proveniente de una
familia en la que la academia es muy importante, escogió la Universidad de Los
Andes porque sabía que su facultad de
arquitectura estaba entre las mejores de país y porque Mérida, lugar
privilegiado de vacaciones, le hacía
sentir bien. Se mudaba sola, por primera vez, a enfrentarse a la vida universitaria. Se integró
rápidamente, según cuenta, diciendo
simplemente que para ella, era totalmente distinto al colegio privado en que
estudió en Valencia. Eso la divertía.
No recuerda exactamente en qué momento empezó a tomar en
serio lo-que-nos-está-pasando,
tampoco por qué motivo. Sabe, y su voz lo revela cuando habla, que como muchos
otros muchachos de su edad, no podía permanecer callada. Ella cree que, siendo
Aries, el fuego que necesita para hacerlo le fue dado en el nacimiento; pero, tampoco jura por ello. Sencillamente buscó
como ser parte y encontró muchas
opciones que fue probando y descartando según le dieran o no respuesta a sus
expectativas
-
En
realidad, hay muchísima gente trabajando por producir un cambio, entre los
estudiantes por supuesto mucho más. No tienes idea de la cantidad enorme de
proyectos que surgen casi diariamente y mueren con igual rapidez. Es como si
todo el mundo quisiera arrimar el hombro – cuenta con la voz alta y emocionada
que lucha contra un rictus de rabia imposible de disimular
Marisela es una activista que extrañamente
prefiere estar un poco a la sombra.
Ayuda en cuanto puede; pero, tiene claro
que estudió una carrera demandante y que para ella lo más importante siempre
fue graduarse en tiempo record, cosa que consiguió con honores, para buscarse la
vida en la misma ciudad que la había acogido. Un pequeño taller de diseño y
algunos “tigres” con amigos que había conocido en el camino, le dan para
sobrevivir en el pequeño apartamento que compró hace un par de años gracias a
la ayuda de su papá y algunos golpes de suerte. Marisela, aun conociendo los
obstáculos gigantescos de estos años difíciles, consigue tiempo para participar
en cuanta actividad política o social se
le presente. Le gusta la cosa
electoral, muchísimo y ha trabajado,
incansable, en cuanta elección se ha celebrado en los últimos ocho años
-
Hago
de todo – dice - de todo, es de de todo. Desde preparar sándwiches para los que
están en las mesas electorales hasta custodiar actas y pegar gritos en los
centros electorales cuando quieren embromar a los electores. Me encanta una
elección, me encanta eso de ver la democracia validándose a sí misma. Definitivamente,
soy apasionada del acto de votar. Eso lo juro. No sabes cómo defiendo lo de ir
a votar, incluso cuando no tenia edad para hacerlo. La primera cosa que hice
cuando cumplí 18 fue inscribirme en el REP. Para mí eso fue como ponerme
tacones cuando cumplí 15 – relata, relajando a carcajadas el semblante adusto
de la conversación.
Eso debe ser, quizás, lo que la
impulsó a creer firmemente en el llamado al Referendo Revocatorio y abocarse a
él. Dice, con el rostro ensombrecido, que estuvo a punto de cerrar su taller,
que dejó de ver a sus amigos, que peleó mil veces con su novio, que se enfrascó
en mil discusiones, que lo puso todo, todo, una vez más, porque estaba segura
que aun en medio de todas las trabas posibles, ellos no iban a atreverse a suspenderlo,
aunque sabíamos que lo postergarían para el 2017. – lo juro, yo nunca me
imaginé que se atreverían a suspenderlo, nunca –
El Jueves pasado, Marisela estaba
reunida en su taller, a puertas cerradas,
con un grupo de compañeros a los que ha reclutado en su empeño por
ayudar, preparando estrategias (estábamos tan enfrascado en eso que todos los
días inventábamos algo nuevo) cuando uno de los muchachos leyó en tuiter
noticias alarmantes que anunciaban justicia (- una justicia que, francamente, me cuesta entender - dice
con mucha rabia) A todos les preocupó la
cosa; pero, fue ella la primera en
reaccionar, buscando mayores noticias
-
Fue
un punto de inflexión, como dicen. Creo que nos pusimos como locos. Yo
escudriñé los tuiter de todo el mundo, reventé la computadora buscando
noticias, hice llamadas a gente que podía estar mejor informada que yo. Hasta
que vi el tuit de un periodista que cubre la fuente del CNE (se refiere a
Eugenio Martínez, a quien sigue con devoción de estrella de rock) y revise su timeline; sin decirlo, estaba anunciando
lo que minutos después leeríamos en el comunicado del CNE. Te juro que me sentí
destruida. No puedo ni siquiera recordar bien como llegué a mi casa. No estoy
exagerando, era como si me hubieran anunciado la muerte de un familiar cercano. No podía parar de
llorar. No había nada en esta tierra que me consolara. Hacerlo de esa
forma….Dios….es que son exquisitos en su maldad…
Marisela se refiere a la decisión del CNE de “paralizar,
hasta nueva orden judicial, el proceso de recolección de 20% de las
manifestaciones de voluntad, que estaba previsto para el 26, 27 y 28 de octubre
próximos, y en el que el Consejo Nacional Electoral estaba trabajando” dictada
al amparo de unas sentencias emitidas por tribunales penales de Carabobo,
Apure, Aragua, Bolívar y Monagas que se tomó tras la admisión de “querellas
penales por los delitos de falsa atestación ante funcionario público,
aprovechamiento de acto falso y suministro de datos falsos al Poder Electoral”.
Sentencias que, todos sabemos, son de dudosa legalidad al no encontrarse
enmarcadas dentro de lo que se conoce en derecho como el debido proceso y han
sido emitidas por tribunales que, según todos los analistas, no tienen la
debida jurisdicción electoral.
-
Me
quedé de piedra, herida y muy molesta – continua la conversación - Poco a
poco me di cuenta que además, me llené
de decepción. Entendí cabalmente que el golpe estaba dirigido a los que
creíamos, a quienes estábamos apostando por el cambio, que el golpe está
dirigido a desmoralizarnos, a repletar
las redes sociales con fotos del piso de Maiquetía, a volvernos leña. Pensé que
eso que llaman salidas constitucionales y democráticas, habían sido acabadas
para siempre y no hay manera de que logre convencerme de lo contrario.
Simplemente me convertí, en un segundo, en militante del pesimismo. No tengo idea de por qué no he tomado la
decisión de irme del país. Mis dos hermanos ya lo hicieron y no están mal; yo
no entiendo cómo es que no me les uno, aunque peligrosamente, esa idea me ronda
cada vez más y más cerca.
Marisela asegura que no entiende cómo es que a partir del
jueves hay personas llamando a mantenerse optimistas, tampoco como es que ha
leído que esa decisión del CNE demuestra que el gobierno está acorralado y el
final está cerca. En su vehemencia veinteañera, no comprende cómo puede alguien
vaticinar un final distinto a la matazón y el sangrero y se asusta con una actitud que ella percibe frívola, anecdótica, una actitud que desprecia la forma, y hasta el fondo, quedándose en el titular. Nos despedimos, empieza una fina lluviecita a caer
sobre la esquina en que nos hemos encontrado, por casualidad, para repetir el afecto de profesor y alumna
con el que nos tratamos desde que la ayudé a redactar su tesis de grado.
Marisela, bonita, altiva, bien vestida, con su eterno bolso gigantesco
guindando de un hombro, me sujeta las manos en un gesto que antes tenía mucho
de alegre. Me mira a los ojos, los suyos están conteniendo unas lágrimas que
seguramente caerán cuando camine hasta el estacionamiento. Los míos están
nublados desde hace rato.
-
Nada,
Profe…Hay que bajar la cabeza. Nos guste o no, hay que bajar la cabeza. Yo por
lo pronto, estoy fuera de todo. A lo mejor me verá en alguna marcha o no sé;
pero, estoy fuera de todo, por lo menos hasta que me recomponga y ¿sabe qué? ayer
mi hermano volvió a decirme que estaba loca. El problema es que estoy punto de
creerle.
La abracé y le di un beso en la mejilla al que ella respondió
diciéndome - te quiero mucho profe- lo hice porque me quedé sin palabras. En
esa esquina, buscando un alero para protegerme de la lluvia de la tarde, me
quedé sin palabras mientras la veía alejarse.
De pronto, lo único que pensé es en lo mucho que le dolería al
país que ella también se vaya. Pero la entendí porque recordé algo que me dijo
hace muchos años un profesor muy querido, “cuando uno es joven y tiene ganas, es
preferible vivir, donde se pueda vivir”. Cabizbajo, limpié mis anteojos y me vine a casa caminando bajo la lluvia.
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