El cartel en la puerta de la Prefectura dejaba claramente
establecida la norma inviolable: “solo se
tramitaran partidas de nacimiento a aquellas personas que pocean (sic) la
información de donde la sacaron y en que libro la anotaron” (sic)” aun así,
entré a preguntarle a la oficinista, sentada
en una mesa semejante a un puesto de información, si sería posible obtener una
partida de nacimiento - vigente - Obviaré detalles de su aspecto
físico, para no ser tildado de desadaptado y no describiré aquí, el realismo
mágico de su manicura, para que no me tilden de creativo; pero, créanme, tuve
que hacer un esfuerzo para entender que eso eran uñas. Por supuesto, la joven
llenó de trabas mi acercamiento, terminó
los dos minutos de tiempo dedicados a atenderme dándome un sano consejo: “pregúntele a su mama donde lo escribió”(sic)
(quise contestarle que gustoso le preguntaría eso y diez mil cosas más, si ella
me conseguía una forma de hablar con el más allá que no fuera la fallida ouija; pero, me contuve) y me despachó
sin miramientos y sin partida de nacimiento -
vigente -
Regresé a casa. En el almuerzo narré divertido la visita a la
prefectura; mi hermana, siempre en plan salvador, dijo creer tener una partida
vieja guardada en sus archivos. Revisó y la encontró; decía claramente mis
datos, los mismos que yo no había vuelto a leer desde que sentí urgencia de
hacerme una carta astral: Nacido en Mérida a las 7:50 de la noche de un 06 de abril de
1961, Aries, ascendente Escorpión. Nunca
más la miré, como no fuera para constatar que era la mía, en uno de esos
absurdos momentos en que las leyes venezolanas exigen que uno muestre la
partida de nacimiento – vigente - para
ciertos trámites, aunque uno tenga cédula de identidad y otros documentos que
comprueben que uno, simple mortal, nació en esta ribera. Gracias a esa manía de
guardar papeles que tiene mi familia, pude regresar a la oficina de la chica
con el realismo mágico en sus uñas y pedir una copia de mi partida de
nacimiento - vigente - para acceder
de ese modo a un pasaporte nuevo, que
llegó a la oficina de Extranjería (nunca he sabido porque se llama extranjería
a una oficina a la que vamos los nativos a obtener un pasaporte, pero así
somos) justo en el momento en que tenía que llegar para que yo pudiera conocer Estambul.
Durante el tiempo en que aguardaba mi pasaporte, murió mi
hermano. Estaba enfermo y ese final se esperaba; pero, como suele suceder
cuando finalmente llega, nos agarró desprevenidos. Jorge murió en el hospital
una madrugada de día feriado. Nosotros nos enteramos, gracias a ciertos amigos
médicos ocupados de vigilar su salud, un par de horas después y nos tocó
ocuparnos de los trámites. Nuevamente voy a obviar detalles, son demasiado
escabrosos; pero, había que poner en marcha un acto exequial, para el que era
indispensable un documento que certificara su muerte. Acta de defunción, que
llaman. Diligentemente, empleados de la funeraria se mostraron dispuestos a
ayudarnos y así lo hicieron; aunque esa diligencia tropezó con el sencillo
hecho de que era día feriado. Después de muchas gestiones y para hacer corto un
cuento sumamente largo, terminé firmando la hoja en blanco de un gran cuaderno
de actas para que la prefecta me entregara un documento provisional que me
permitiera sepultar a mi hermano. No obstante, para ello (aunque yo estaba
firmando, en una casa desconocida que no era la oficina de la prefectura, un documento inexistente) hube de presentar la
partida de nacimiento - vigente - de
mi hermano muerto. La prefecta me lo explicó clarito:
-
Yo
necesito saber que estuvo vivo, para poder decir que está muerto y para eso, la
partida de nacimiento – vigente - es lo que se usa, cualquiera inventa una cédula.
(Cualquiera inventa una morgue y un hermano muerto y un
corazón destrozado y unos ojos hinchados por el dolor, me provocó decirle; pero,
me contuve) por suerte, entre los documentos que llevaba conmigo, había una
partida de nacimiento de mi hermano, vieja y no vigente, aunque ese pequeño
detalle lo resolvieron algunos billetes de cien, de cuando los billetes de cien
valían algo.
Recién llegado de un exilio de más de una década, el tema de
la partida de nacimiento se me convirtió en una obsesión. Estos dos eventos
(hay un tercero con un número de RIF y un tema sucesoral, pero es demasiado) me
pusieron en guardia, enloqueciéndome. Por vez primera, un funcionario
gubernamental me explicó – dos veces - que las partidas de nacimiento
venezolanas tienen VIGENCIA. Es
decir, en este país, una partida de nacimiento vence. Usted nace, es inscrito
en el registro civil y a los seis meses de ese trámite, es posible que la
prueba “de que usted está vivo” no sea válida.
Excepto, por supuesto, que usted pretenda ser Presidente de
la Republica y tenga, como yo tuve en su momento, suficientes billetes de cien
para que un tribunal ocioso decida que esa partida de nacimiento - que nos
revienta las pelotas a los venezolanos (la necesitamos hasta para comprarle
pañales a nuestros hijos) es un papel absolutamente prescindible. Es un aviso
que debería alegrarnos, quizás represente cierta modernización de nuestra
cotidianidad, ha quedado claro: el máximo tribunal de la republica, desde el
pasado 28 de Octubre, ha dejado sin efecto un trámite más en nuestra vida: para
ser venezolano no hace falta tener partida de nacimiento, vigente o no. Lo
siento mucho, señora prefecta de la parroquia Domingo Peña.
Yo no sé ustedes; pero, viéndolo bien, para el resto de
nosotros esa también es una buena noticia.
muy interesante
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