
Tres grandes noticias sacudieron el espectro de la red entre las 8 y las 10 de la noche de nuestro martes 13: la detención del ex - ministro Juan Carlos Loyo, el allanamiento y detención de los dirigentes más buscados de la organización terrorista conocida como La Piedrita y la muerte de la estudiante de la UCV Alexandra De Armas. Las tres noticias, con todo lujo de precisiones, circulaban a mansalva gracias a enfebrecidos tuiteros que repetían lo que leían a otros o creaban sus propias versiones aduciendo buenas fuentes.
Pues bien, en los tres casos estábamos equivocados en mucho. El ex ministro Loyo nunca fue detenido, ni muchísimo menos trasladado a un oscuro calabozo del SEBIN conocido como “El Hoyo” (cuya existencia debe ser lo único cierto de esa historia) Valentín Santana y su lugarteniente, siguen libres e inalcanzables (pero cayeron otros dos “soldados revolucionarios” cuya detención ni siquiera asusta a La Piedrita) y aunque la noticia de su muerte es una terrible verdad, Alexandra De Armas no falleció a consecuencia de las bombas lacrimógenas con que fue atacada la escuela de Comunicación Social de la UCV hace pocas semanas, sino por un problema de salud crónico y grave que puede haberse visto afectado por el tema de las bombas, (así lo ha aclarado su familia en más de una oportunidad).
Fui uno de los que replicó varios mensajes relativos a la muerte de la señorita De Armas, sin duda, una noticia de esas que nadie quiere oír jamás. También comenté las otras dos noticias con quienes estaban cerca de mí, dándolas por ciertas. Como muchos otros, doy por buenas las historias que otro construye en su cabeza y repite hasta convertirlas en verdad. Sólo que, a veces, una realidad casi siempre muy dura, me pone de cara a lo peor que tenemos; por ejemplo, lo que hemos sido capaces de hacer con la muerte de Alexandra De Armas y los posteriores comunicados de su familia.
Los muertos pertenecen, en primer lugar, a sus deudos. Son ellos los que pueden – si quieren – convertir su muerto en asunto público. Son los deudos los que tienen el derecho de investigar, buscar respuestas y exigir justicia, si es el caso. Son ellos los que dan explicaciones, si desean, y los que sufren y lloran la pérdida, en completa libertad y con nuestro respeto incondicional. Eso es lo que debería ser; lamentablemente, en la comunidad tuitera (medio que utilizó una hermana de la estudiante, para exigir que “dejáramos de inventar cosas”) ese deber ser, empezó a sonar en algún momento, como si fuera una contrariedad que la joven muriera por causas naturales. Como si el hecho de que la joven hubiese estado en los disturbios de la Escuela de Comunicación Social de la UCV y hubiese muerto posteriormente, la convertía en un símbolo más de la violencia y, posiblemente, en nuestra mártir instantánea. Hubo alguien que expresó que “al desmentir (la teoría de la muerte violenta) la familia De Armas corrobora que el miedo es libre” y alguien más se atrevió a afirmar que a la familia De Armas, le habían “comprado” el silencio.
No se si el miedo es libre en este país de locos. Lo que si está siendo cada vez más libre es la anarquía y el irrespeto, expresada ahora mediante una herramienta como Twitter, que es muy valiosa, pero que, en nuestras manos, se está robando hasta la digna posibilidad de llorar a nuestros muertos con café cerrero y almojábanas.
Es aterrador. Es la esencia de lo que somos, que se exacerba cuando nos da por creer que nuestra única arma es un intelecto que nos conduce a hacer juicios abyectos y a creer que, desde la tranquilidad climatizada de nuestras habitaciones, y en 140 caracteres, se puede enderezar una historia que está mal escrita desde el comienzo. Lo siento, pero me parece que hace falta mucho más: Ecuanimidad y decencia, por ejemplo.
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