Cuando bajé del auto sonaba la Billo´s y alguien preguntaba
dónde poner las brasas a arder. En un mesón cercano a la cocina, las Romero
picaban la ensalada y Leopoldito revisaba que todo estuviera listo. Nayarit
salió a mi encuentro para no permitir que nadie le robara a ella la emoción del
primer abrazo. Entonces, entendí que había llegado a casa después de muchos
años de trasiegos y mudanzas, que mi papá se incorporaba en el diligente
accionar de mi hermano, su tocayo, y
que, a partir de ese momento, por las lágrimas en los ojos y el silencio de
todos los que nos abrazamos en el abrazo
de Naya, solo vivía la emoción de ser,
más que primos, los hermanos de esa extraña cofradía que, con cara de
familia, se inventaron Don Juan Liendo - el abuelo principesco - y Doña Ofelia
Tenias – la abuela refistolera - en el
marco inolvidable de la Quinta Mis Nietos de El Trigal y el rancho playero de
Chichiriviche.
La última vez había sido la infeliz tarde en que despedimos a
Ofelia y apresurados, guardando las composturas debidas, los tíos, entonces completos, mostraron a sus
hijos, prometiendo un acercamiento que no se dio porque la vida es así y toma
rumbos a los que uno no puede oponerse. Algunos nos fuimos en ese entonces,
otros se dedicaron a poner sus vidas a punto, otros se alejaron porque tenían que
hacerlo. No es tarea fácil seguirle el paso a tanta gente. Chabela y su marido, Arnaldo, dieron el pistoletazo de salida hace un par de
años, pero solo habíamos logrado – algunos – llegar de nuevo a la despedida de
los que adelantaban el viaje; eso, en los
Liendo, no es natural. Los Liendo somos gente de fiesta, de trago y de baile
fácil, gente bien compuesta que si la
dejan, se porta mal y lo cuenta. De modo
que hizo falta la determinación que Luis José heredó de Cheo, para ponerle
fecha a la fiesta y dejar la convocatoria en manos de Chabela. Así, con la sencillez de las cosas que son
impostergables, llegamos el sábado 14 a Valencia, a recontarnos la vida sin
prisas ni caras largas.
Estuvieron casi todos. Los mayores, el tío Chicho, imperturbable compostura de hombre presto a desparecer si el desorden lo amenaza, observador y callado en la impecabilidad de un cuerpo que no ha envejecido sino lo estrictamente necesario, al lado de Ruth, compañera de risa fácil, a la que querer no es en absoluto difícil. El tío Enrique, el hombre de salud complicada y gusto por los estudios, que muestra sus cicatrices y su desfibrilador como trofeos de una guerra que por ahora va ganando, en la juventud de años bien vividos al lado de Laura, la tía que no conocíamos y le ha dado, por todo regalo, una vida de cuidados que se envidia y se agradece a la distancia. El tío Negro, eterno, insuperable, mal portado, amoroso, solidario y cercano, ahora cuidando el número y la calidad de los tragos que siempre se ha tomado, abrazándonos, besándonos, olvidando - como siempre - que la mayoría de sus sobrinos queridos, tienen el cabello mucho más blanco que él, santo y seña de su extraordinario parecido a Ofelia; la tía Gladys, piedra angular de nuestra historia, ama y señora de una extensa familia que no dudaría ni un segundo en darle a ella el premio de un cariño que no se mide, pero se siente en la profundidad de la belleza feliz de los años compartidos con el tío Leopoldo, mas Liendo que los Liendo todos, dominando los temblores de la enfermedad insidiosa, para exigirme presencia constante e inmediata a su lado y confesarme, aunque no haga falta, que no pasa un día en el que no recuerde a quien considera un hermano del alma, mi padre, quien tuvo la mala idea de irse, dejándonos esta dicha por herencia. Junto a ellos, la tía Beatriz, embellecida por su manía de ponerle al mal tiempo, la mejor cara, viviendo en el umbral de una vida sin el buenazo del tío Iván, otro de los ausentes más lamentados y la tía Trina, genio y figura de mujer, campeona en eso de pertenecer a una familia a la que se unió, aunque un juez haya dicho lo contrario hace un buen montón de años y ya el Tío Popito no esté para explicar cercanías.
Estuvieron casi todos. Los mayores, el tío Chicho, imperturbable compostura de hombre presto a desparecer si el desorden lo amenaza, observador y callado en la impecabilidad de un cuerpo que no ha envejecido sino lo estrictamente necesario, al lado de Ruth, compañera de risa fácil, a la que querer no es en absoluto difícil. El tío Enrique, el hombre de salud complicada y gusto por los estudios, que muestra sus cicatrices y su desfibrilador como trofeos de una guerra que por ahora va ganando, en la juventud de años bien vividos al lado de Laura, la tía que no conocíamos y le ha dado, por todo regalo, una vida de cuidados que se envidia y se agradece a la distancia. El tío Negro, eterno, insuperable, mal portado, amoroso, solidario y cercano, ahora cuidando el número y la calidad de los tragos que siempre se ha tomado, abrazándonos, besándonos, olvidando - como siempre - que la mayoría de sus sobrinos queridos, tienen el cabello mucho más blanco que él, santo y seña de su extraordinario parecido a Ofelia; la tía Gladys, piedra angular de nuestra historia, ama y señora de una extensa familia que no dudaría ni un segundo en darle a ella el premio de un cariño que no se mide, pero se siente en la profundidad de la belleza feliz de los años compartidos con el tío Leopoldo, mas Liendo que los Liendo todos, dominando los temblores de la enfermedad insidiosa, para exigirme presencia constante e inmediata a su lado y confesarme, aunque no haga falta, que no pasa un día en el que no recuerde a quien considera un hermano del alma, mi padre, quien tuvo la mala idea de irse, dejándonos esta dicha por herencia. Junto a ellos, la tía Beatriz, embellecida por su manía de ponerle al mal tiempo, la mejor cara, viviendo en el umbral de una vida sin el buenazo del tío Iván, otro de los ausentes más lamentados y la tía Trina, genio y figura de mujer, campeona en eso de pertenecer a una familia a la que se unió, aunque un juez haya dicho lo contrario hace un buen montón de años y ya el Tío Popito no esté para explicar cercanías.
Allí revueltos, 25 de los 33 primos hermanos, los que comparten sus vidas, sus hijos y los
hijos de sus hijos, con el ánimo tan alborotado como un 31 de diciembre en la
sala de la casa de El Trigal. Los Juanes Liendo, hermanados por el nombre del
abuelo, conectamos una conversación que no habíamos echado a andar nunca. Carolina
y Alejandra repartieron entre las mujeres la estampa de los abuelos, Ricardito
nos trajo el amado recuerdo de la tía Carmen, primera en partir y Nayarit se
dio prisas en hacer cierto aquello de Liendo
que no baila nació con problemas graves. A la Tía Gladys la zarandeamos
tanto como nos dio la gana, Juan Rafael contó discretamente que hace poco, en
Alemania, fue nombrado uno de los
mejores árbitros deportivos del mundo, Juan Ernesto volvió a hacer las payasadas
inverosímiles que lo sacan de su enfurruñamiento; Trinella demostró que es mentira que alguna
vez fue una niñita fastidiosa, Chabela
bailó hasta con los mosaicos del piso y Leopoldito no cesó de exhibir el buen
talante Romero. Israel echó cuentos de vida y anunció a los cuatro vientos que
será padre muy pronto. Juan Pablo nos regaló la otra Victoria Liendo, una
belleza que garantiza la buena estirpe futura, Jhon cuidó de su padre y se
prodigó en la galanura de una juventud que lo hace cercano reflejo de lo que
somos. Mayra se soltó el moño cantando hasta las tantas, mientras Luis José, a cargo de la parrilla,
fue más Cheo que Cheo. Iván Darío y Juan Francisco trajeron en sus rostros al
tío Iván de las mil bondades y los
menores, entre ellos, al mando del otro Luis, nos aseguraron que la familia sigue por buen
rumbo, mientras haya abrazos que lo certifiquen.
En un rincón, presidiendo la fiesta, Don Juan sonreía complacido apretando la mano de la abuela Ofelia. Estoy seguro que los vi, de otro modo no habría podido salir de allí convencido de que al lado de los Liendo me siento en casa, porque son casa y bienvenida y familia, y eso, decía mi mamá, no es algo que se compra en botica.
En un rincón, presidiendo la fiesta, Don Juan sonreía complacido apretando la mano de la abuela Ofelia. Estoy seguro que los vi, de otro modo no habría podido salir de allí convencido de que al lado de los Liendo me siento en casa, porque son casa y bienvenida y familia, y eso, decía mi mamá, no es algo que se compra en botica.
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ResponderEliminar!! Excelente Juan Carlos, parece una fábula, un cuento sabroso y ligero, muy amigable, creo que Gabriel García Marques no lo hubiese escrito mejor, Felicitaciones !!
ResponderEliminarBonito... muy bonito! te abrazo.
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