Duele tanto, tanta calle,
Tanta gente y tanto mal
Que andarás con los sueños a destajo,
Como todos, río abajo
Por la vida que se va.
No hay estómago que aguante este desprecio
Ni tiene precio, que se tenga que aguantar...
Homero Expósito
Tanta gente y tanto mal
Que andarás con los sueños a destajo,
Como todos, río abajo
Por la vida que se va.
No hay estómago que aguante este desprecio
Ni tiene precio, que se tenga que aguantar...
Homero Expósito
Empecé a leer la noticia por twitter,
cuando no. Fiel a una costumbre de reciente adquisición, utilizo los trinos
azules para enterarme de titulares que de otro modo, tendría que revisar en la
prensa nacional, cosa a la que me niego, precisamente por cosas como estas,
desde hace un buen rato. Los primeros comentarios hablaban del saqueo a un
camión transportador de carne congelada accidentado en Caracas y no ahondaban
en detalles. Un poco más tarde, alguien
comentó que en el saqueo, el conductor del vehículo había muerto. Un poco más y
algunos hablaban del caos infernal que rodeaba el sitio del accidente. Entonces
le di paso a la mala hora: decidí enterarme de todo.
Desde entonces siento un pesar
imposible. El mismo pesar que, muchas veces,
me ha hecho escribir líneas dolidas que mis amigos encuentran demasiado deprimentes
y ponen en tela de juicio mi estado mental. El mismo pesar con el que suelo
referirme, en serio y en broma, al ex país que vamos siendo. El mismo pesar que
me impide reconocerme en las buenas noticias, cuando las hay, o me clava en la
soledad de la acera del frente para desde allí renegar del gentilicio. El mismo pesar, el que se mezcla con la
vergüenza, con la ignominia, con el profundo dolor de pertenecer a un colectivo
robado de su más pequeña muestra de decencia, de su más elemental juicio de
fraternidad, de toda su misericordia.
Sucedió ayer en Caracas: Una gandola llena de carne refrigerada que se atascó en la viga de control de altura del Distribuidor Los Ruices, fue saqueada por vecinos del sector y un grupo de más de 300 motorizados que fueron llegando al lugar del hecho entre las 7 y las 11 de la mañana, previo atraco a los conductores detenidos en la larga cola producida por el accidente, sin que ninguna fuerza policial pudiera poner control al desmadre. Mientras tanto, el conductor del camión, un hombre de 42 años, agonizaba hasta morir asfixiado en su cabina sin recibir siquiera una mirada de compasión. 400 cajas de carne congelada fue el botín de la reyerta. Hoy, esa carne se vende en carnicerías de barrio y en mercados improvisados de toda Caracas. Hoy, probablemente, alguien que se escandalizó con los detalles de la noticia ha comprado - a precio de gallina flaca - una porción de esa carne.
Hoy somos un poquito menos gente, un bastante menos ciudadanos de algo. Hoy todo lo que somos se reduce al asco de ser. A la lastima de ser. A la pena de pertenecer a algo.
Hoy somos dos ruedas que delinquen con licencia oficial y miedo de existir congelado en la oración diaria. Hoy somos menos identidad y más indecente atrocidad. Hoy, somos la imposibilidad del perdón, el extravío, el error, las llamas del infierno.
El olvido voluntario de Dios.
Sucedió ayer en Caracas: Una gandola llena de carne refrigerada que se atascó en la viga de control de altura del Distribuidor Los Ruices, fue saqueada por vecinos del sector y un grupo de más de 300 motorizados que fueron llegando al lugar del hecho entre las 7 y las 11 de la mañana, previo atraco a los conductores detenidos en la larga cola producida por el accidente, sin que ninguna fuerza policial pudiera poner control al desmadre. Mientras tanto, el conductor del camión, un hombre de 42 años, agonizaba hasta morir asfixiado en su cabina sin recibir siquiera una mirada de compasión. 400 cajas de carne congelada fue el botín de la reyerta. Hoy, esa carne se vende en carnicerías de barrio y en mercados improvisados de toda Caracas. Hoy, probablemente, alguien que se escandalizó con los detalles de la noticia ha comprado - a precio de gallina flaca - una porción de esa carne.
Hoy somos un poquito menos gente, un bastante menos ciudadanos de algo. Hoy todo lo que somos se reduce al asco de ser. A la lastima de ser. A la pena de pertenecer a algo.
Hoy somos dos ruedas que delinquen con licencia oficial y miedo de existir congelado en la oración diaria. Hoy somos menos identidad y más indecente atrocidad. Hoy, somos la imposibilidad del perdón, el extravío, el error, las llamas del infierno.
El olvido voluntario de Dios.
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