La última vez que pasé, en calidad de
pasajero, por el aeropuerto Internacional de Maiquetía, empecé a urdir un plan
que me permitiera salir de vacaciones desde algún aeropuerto vecino, Bogotá,
por ejemplo, donde la gente sabe ser amable y las salidas internacionales son
bastante menos problemáticas. Pensé, en las horas interminables de espera por
mi avión (que ya se sabe todo lo que uno piensa cuando está solo en un
aeropuerto) que yo podría viajar hasta Cúcuta (que me queda, como quien dice,
al lado) y desde allí emprender cualquier travesía aérea que empezara con un
final feliz: sentarme en la butaca de un avión con la tranquilidad de estar
seguro de no haber cometido, nunca, delito alguno.
Sencillamente, no hay tierra más
inhóspita en el planeta que los pocos metros del pasillo cinético que identifica, con seña de
exclusividad, al aeropuerto Internacional de Maiquetía. El Aeropuerto de
Caracas. Yo supongo que, como la envidia
y el recelo es gratis (y muy venezolanos ambos) molestar al señor que viaja a
Europa -con el sudor de su frente- es una especie de tío vivo revolucionario
infiltrado en el ADN de nuestras diversas policías fronterizas. Es decir, de
quienes deben ocuparse de que por Maiquetía no salga ni entre nada indebido; o
no salga ni entre nada, que para el caso es lo mismo. Nunca he padecido igual número de revisiones,
nunca me han abierto igual número de veces la maleta, nunca me han pedido
documentos más absurdos y nunca, pero nunca,
he tenido que explicarle a un soldado, en ningún aeropuerto del mundo,
que Charles de Gaulle es, entre otras
cosas, el nombre del Aeropuerto de
Paris, que Paris es la capital de Francia y que, de paso, no se pronuncia DE-GAULLE. Y que sí, señor, si yo voy
para el aeropuerto DE-GAULLE, es
porque voy para París.
Las anécdotas de personas, como usted y como yo, que intentan salir de Maiquetía hacia París, precisamente, son tan absurdas como numerosas. He perdido conexiones (en París, claro está) porque minutos antes de despegar, tres soldados imberbes han decidido bajar de su asiento a un mochilero en chancletas y demorar dos horas la salida del vuelo; he tenido que dejar libros abandonados en la entrada del avión (y leerme como un castigo las revistas del avión), he tenido que entrar al avión casi desnudo tapando como mejor puedo mis pudores excesivos y pedir permiso a la azafata para recomponerme en su puesto de trabajo antes del desfile por el pasillo central buscando mi silla. Pero, sobre todo, por encima de todo, para desgracia inenarrable de mi Trastorno Obsesivo Compulsivo, he tenido que resignarme, más de una vez, a consignar mi equipaje completamente desordenado, porque la niña del mostrador de Air France, que tiene de todo menos de simpática, ya no puede tolerar una sola revisión más ni una sola petición mía de “espere un minuto que yo vuelva a acomodar la maleta”. Se los juro, cuando me va bien, me revisan las maletas (y el bolso de mano y los libros y la ropa y algún otro escondite posible) no menos de tres veces. Y siempre, sin excepción, un uniformado de cualquier cosa anda rondando los viajeros con cara de si te resbalas, pierdes.
Pues bien, de acuerdo a las últimas noticias aeroportuarias, ya no voy a tener que hacer el incomodo viaje a Cúcuta, previo a otros destinos: tengo la alegre misión de informarles que todas esas incomodidades, han dejado de suceder. Según mi simple nivel de deducción lógica, se logró un arreglo ente la gente de AirFrance, nuestra Guardia Nacional Bolivariana y las autoridades tan celosas del aeropuerto: En Maiquetía ya no molestan a nadie por sus maletas. Ahora parece que lo hacen en el mismísimo Aeropuerto DE-GAULLE que tanto mortificó a mi soldado de guardia de la última vez. (Pero eso no es culpa de la gente de Maiquetía, es que los franceses son antipáticos y fisgones y nos tienen una ojeriza…que ni les cuento) Ahora, según este acuerdo, usted llega al aeropuerto de Maiquetía con, digamos, 30 maletas, no muy prolijamente identificadas (una vez me exigieron que identificara de forma visible mi, ya identificada, maleta si quería continuar en la fila de salida) y las monta en un vuelo de Air France que va a París y lo hace, no solo en un santiamén, sino con toda la ayuda del caso. No van a demorar el vuelo por su culpa, ni van a bajar a nadie del avión, ni van a ponerse cómicos fastidiándole su equipaje. Usted ahora, viajero feliz, sale de Venezuela como Pedro de su casa. Lo que suceda después, con sus maletas o con usted, no es asunto que quite el sueño de nuestra honorable Fuerza Armada Bolivariana. Ellos cumplen con su cometido: ellos embarcan sus, digamos, 30 maletas, sin demora y sin preguntas.
Es de suponer que lo hacen con la confianza de que el equipaje llegará a destino, sin ocasionar problemas y sin molestar a nadie. Como debe ser. Que para eso “el honor es su divisa”.
Las anécdotas de personas, como usted y como yo, que intentan salir de Maiquetía hacia París, precisamente, son tan absurdas como numerosas. He perdido conexiones (en París, claro está) porque minutos antes de despegar, tres soldados imberbes han decidido bajar de su asiento a un mochilero en chancletas y demorar dos horas la salida del vuelo; he tenido que dejar libros abandonados en la entrada del avión (y leerme como un castigo las revistas del avión), he tenido que entrar al avión casi desnudo tapando como mejor puedo mis pudores excesivos y pedir permiso a la azafata para recomponerme en su puesto de trabajo antes del desfile por el pasillo central buscando mi silla. Pero, sobre todo, por encima de todo, para desgracia inenarrable de mi Trastorno Obsesivo Compulsivo, he tenido que resignarme, más de una vez, a consignar mi equipaje completamente desordenado, porque la niña del mostrador de Air France, que tiene de todo menos de simpática, ya no puede tolerar una sola revisión más ni una sola petición mía de “espere un minuto que yo vuelva a acomodar la maleta”. Se los juro, cuando me va bien, me revisan las maletas (y el bolso de mano y los libros y la ropa y algún otro escondite posible) no menos de tres veces. Y siempre, sin excepción, un uniformado de cualquier cosa anda rondando los viajeros con cara de si te resbalas, pierdes.
Pues bien, de acuerdo a las últimas noticias aeroportuarias, ya no voy a tener que hacer el incomodo viaje a Cúcuta, previo a otros destinos: tengo la alegre misión de informarles que todas esas incomodidades, han dejado de suceder. Según mi simple nivel de deducción lógica, se logró un arreglo ente la gente de AirFrance, nuestra Guardia Nacional Bolivariana y las autoridades tan celosas del aeropuerto: En Maiquetía ya no molestan a nadie por sus maletas. Ahora parece que lo hacen en el mismísimo Aeropuerto DE-GAULLE que tanto mortificó a mi soldado de guardia de la última vez. (Pero eso no es culpa de la gente de Maiquetía, es que los franceses son antipáticos y fisgones y nos tienen una ojeriza…que ni les cuento) Ahora, según este acuerdo, usted llega al aeropuerto de Maiquetía con, digamos, 30 maletas, no muy prolijamente identificadas (una vez me exigieron que identificara de forma visible mi, ya identificada, maleta si quería continuar en la fila de salida) y las monta en un vuelo de Air France que va a París y lo hace, no solo en un santiamén, sino con toda la ayuda del caso. No van a demorar el vuelo por su culpa, ni van a bajar a nadie del avión, ni van a ponerse cómicos fastidiándole su equipaje. Usted ahora, viajero feliz, sale de Venezuela como Pedro de su casa. Lo que suceda después, con sus maletas o con usted, no es asunto que quite el sueño de nuestra honorable Fuerza Armada Bolivariana. Ellos cumplen con su cometido: ellos embarcan sus, digamos, 30 maletas, sin demora y sin preguntas.
Es de suponer que lo hacen con la confianza de que el equipaje llegará a destino, sin ocasionar problemas y sin molestar a nadie. Como debe ser. Que para eso “el honor es su divisa”.
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