Si, ya lo sé. Cada quien tiene derecho a ser lo que le dé la gana y comportarse en consecuencia. Es más, cada quien tiene derecho a que ese comportamiento sea relativamente global. Todos deberíamos aprender a respetar eso y hacernos los locos; pero, francamente, hay algunas cosas que ya sobrepasan el concepto de comportamiento y se convierten casi en una manera de ofender el gentilicio y convertirlo a uno (bien portado ciudadano del mundo) en un exponente permanente de eso que mi hermano llamaba liporia (una palabra que no se si existe pero, según él, significa algo más grave que la simple pena ajena) Admitir que uno también es así, sencillamente duele en el alma, tal vez por eso, y porque yo soy insoportable con el tema estético y lo demás, todos los días me fijo en esos detalles que nos hacen más o menos únicos e irrepetibles. Algo que en este caso, no me llena de orgullo ni un segundo. Seguiré siendo el eterno desadaptado; pero, aquí, somos así:
1.
Me
compré un carrazo: Si, en casi todo el mundo el automóvil es un símbolo de lo
que somos (y en el expais cada día somos menos algo) Hasta ahí lo entiendo;
pero, dejarle los plásticos a los asientos hasta convertirlos en escombros del
envoltorio que los protegía, e incluso, remendarlos con pedacitos de cinta
pegante, no es solamente muestra de pésimo gusto, sino que hasta debe ser
dañino para la salud. ¿Usted se imagina lo que se puede sentir manejando, en
este calorón, sentado sobre una bolsa de tintorería? Bueno, eso es lo que
sienten la mayoría de los venezolanos cuando se compran un auto nuevo. La buena
noticia es que los únicos que continuarán padeciendo esa tortura de nuestro
folclore, son los rojos; para los demás, aquí cada día es más difícil disfrutar
del plástico.
2.
Cuidado
con mis uñas: Dios del Sinaí…. ¿quién invento ese horror? Mírelo bien. Mírelo con detenimiento: De
verdad, verdad, ¿a alguien le parece bonito esa cosa artificial, estrambótica,
exagerada y definitivamente fea que la mujer venezolana hace con sus uñas? ¿Tiene
eso, algo que ver con la estética? ¿Aporta eso algo de relativa sensatez a la
(inexplicable) fama de elegantes que tienen las mamitas venezolanas? ¿Usted ha visto, sin castañear los dientes, lo
que hacen las cajeras de los supermercados con sus uñas? Bueno, supongo que no
tengo nada más que decir sobre el tema.
3.
¿Y
a mí que me importa?: Mi comadre es TSU
en Comercio / Mi prima es Licenciada / Mi cuñadita del alma es Bachiller…Pero,
bueno vale, ¿a mí qué me importa? Urge explicación: ¿por qué los autos de los
venezolanos se convierten en pizarrones de logros que, puede que sean muy para
presumir de ellos pero son, en último (y primer) caso, asuntos privados? Es que
ya no solo lo escriben con Griffin blanco,
ahora les ha dado por diseñar unas
cosas horribles, que reciben el genérico nombre de rotulados y exhiben no solo
el nombre del o la “graduada” sino una serie de horrorosos logotipos y demás
imágenes que, según sea el caso, puede que incluya algún santo. ¿Cómo llegaron
a eso? Nadie lo sabe, la explicación la están dejando para los arqueólogos que nos
estudien completamente escandalizados dentro de tres mil años. ¿Su hija es
odontóloga? Perfecto, emborráchese si le da la gana pero, por favor, vaya a lavar su carro y déjese de
chorradas.
4.
Eso
se resuelve con un cono anaranjado: Yo estoy convencido de que en alguna parte
que no conozco, venden los tales conos anaranjados - que deberían estar
reservados para las autoridades de tránsito - a precios de verdadera ganga. En
algún supermercado chino usted compra, digamos, una caja de Maicena Americana
(si, todavía la venden) y por 10 bolívares más se puede llevar un cono para que
lo ponga donde le dé la gana, preferiblemente en el único sitio libre para
estacionar cuando llegamos al banco un viernes de quincena 10 minutos antes de
que el vigilante pase la llave (y lo deje a usted afuera mentando madres) o en
la puerta de salida de su edificio para que usted no pueda salir a la hora que
necesita, o unos metros antes del
inconstitucional “policía acostado” para ver si usted se abre el cráneo
en dos delante de un fiscal de transito, al que le pagan por no socorrerlo a la
hora de su muerte. El cono anaranjado se ha convertido en uno de los elementos
claves de la venezolanidad. Lo entregan en una bolsita junto a la cedula de
identidad, la partida de nacimiento y el carnet del PSUV donde dice clarito que
usted se llama Yorkal Jesús.
5.
El
éxito social de los cajeros electrónicos: Esta no la voy a entender ni el día
del juicio final y la resurrección de la carne. ¿Por qué Señor, por qué? Llega
usted al cajero que el banco decidió instalar en el lugar más alejado de su
casa, cuando necesita 200 bolívares urgentes para pagar la “señora” y, no solo
consigue una fila interminable de tarjetahabientes, sino que – impepinablemente
- alguien intentará hacer una conversación con usted que comienza – impepinablemente
- con la pregunta del millón: ¿Está dando? A ver, ¿está dando qué? A mi ¿qué
puede importarme lo que esté dando la
maquinita esta del zipote? y, de importarme, ¿por qué tendría yo que compartir
eso con usted, a quien ni conozco, ni tengo ganas de convertir en amigo
instantáneo? ¿Por qué usted tiene que preguntarme a mí, que seguramente no
estoy de humor para conversas, las intimidades de este robot de nuestras
maltrechas finanzas? Si lo entendiera, segurito que estaría a punto de ganarme
un Premio Nobel de algo. El momento cajero se ha convertido en la dicha mayor
de esta cosa increíble que se llama “ser venezolano” y, a juzgar por las largas
y animadísimas colas, en realidad esconde el patriótico anhelo de que, lo que
en realidad este dañado sea el cajero y
no nuestra exigua capacidad de arrancarle algunos míseros billeticos…
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