Una vez más los venezolanos hemos sido levantados (los que
todavía tienen tiempo para eso) al grito enardecido de ¡MAGNICIDIO! un grito –
bastante destemplado ya, todo hay que decirlo – que nos alerta sobre la
posibilidad, inminente, de que el presidente de la república, sea asesinado en
el momento menos pensado, (que un asesinato se piensa al detalle, pero no se
cuenta ni se avisa) Un señor, con cara de honda preocupación y muy pocos
amigos, ha contado con suficiente detalle como para que uno se angustie, el
plan macabro llamado, según leí en algunos periódicos, de la “carpeta amarilla”
supongo que porque dentro de una carpeta de las que conocemos como manila, se
guardaban los planes con mucho cuidado; hasta que vino alguien con más maña que
los magnicidas y les descubrió el pastel, completico. Claro, inmediatamente lo
revelaron al país entero, buscando adeptos para su causa. La del magnicidio.
Que para la otra ya no buscan, porque ya son todos los que están.
Es una herencia perversa, de las muchas, que les dejó el
difunto. Durante los años aquellos en que el señor que hoy reposa bajo una
lápida de mármol, se esmeraba en pasarse horas y horas hablando de sus enemigos
y de los cañones que, listos para dispararle, le perseguían en todos sus
delirios, instiló ese virus a todos los que estaban siendo ungidos para heredarlo;
ellos, como buenos piratas que son, no han tardado en seguir sus pasos. En el poco tiempo que el heredero ha desgobernado
el país, por lo menos hemos sabido de unos tres intentos “serios” para acabar
con su vida. Ninguno ha podido ser comprobado fehacientemente, ninguno ha
dejado a nadie en prisión hasta el fin de su vida, ni ha servido para nada que
no sea perder un poco de tiempo en cadena nacional, algo que por lo demás, en
estas latitudes se usa para, más o menos, cualquier cosa.
Ya no hay sorpresas. Cuando el informante dice que el
“asesino” - atrapado casi con las manos en la masa - es colombiano, todos pensamos inmediatamente
que en realidad de quien andan detrás es de Uribe, a quien se la juran de
cuando en cuando. Si el informante dice que las llamadas se hacían desde un
teléfono – incautado, por supuesto – que tenía un código español, prepárate
Aznar que salió tu número. Pero, si el potencial magnicida es un pobre cineasta
norteamericano que se pone de tonto a perseguir imágenes de “esto” en una
cámara Sony, la cosa es con la CIA y eso, en palabras de ellos, son palabras
mayores.
Es lo que tiene vivir con el susto pegado al cuerpo y no permitirse aceptar las verdaderas ironías de la vida: el verdadero magnicida, el único que han conocido los ojos revolucionarios, murió en una cruz hace dos mil y pico de años, si hacemos caso a la Biblia y no al destemplado anunciante de ahí viene un lobo, que no ha venido...y no llegará de afuera.
Es lo que tiene vivir con el susto pegado al cuerpo y no permitirse aceptar las verdaderas ironías de la vida: el verdadero magnicida, el único que han conocido los ojos revolucionarios, murió en una cruz hace dos mil y pico de años, si hacemos caso a la Biblia y no al destemplado anunciante de ahí viene un lobo, que no ha venido...y no llegará de afuera.
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