Rayita dice que soy un mal conductor, no sé por qué exactamente,
pues jamás me ha dado sus razones, creo que le parezco demasiado timorato y no
muy ducho (en líneas generales) en la materia de manejar un automóvil sincrónico.
Puede que la gane la preocupación de saber que soy absolutamente incapaz de alcanzar
y mantener cualquier tipo de concentración, No lo sé. En todo caso es, junto al
tema de la música, el otro mito importante que ella mantiene sobre mí y que yo
he aprendido a aceptar callado para tener la fiesta en paz.
Hasta hoy. Lamento mucho contradecirla, porque eso no se hace
cuando uno quiere tanto a alguien, pero es que el tema de conducir un automóvil
(del tipo que sea) en esta cosa que llaman la ciudad de Mérida, no es asunto
que pueda, airosamente, resolver una persona que en general le teme a la
velocidad y espera (oh infortunio) que haya conductores en la calle capaces de
demostrar un mínimo de compasión - o
respeto – por el prójimo. Es decir, yo. Mérida, una ciudad que fue amable y
bonita en algún tiempo remoto, es hoy un infierno de humos contaminantes,
buseteros, motorizados , taxistas y conductores y conductoras mal encaradas y
mal encarados, que enfrentan deliberadamente la mala intención reciproca de adueñarse
de 48 calles transversales, 8 calles (avenidas las llaman) totalmente
coloniales, 5 avenidas de dos canales
(el no va más de la modernidad serrana), una vía rápida (a la que hay que dedicarle
una tesis de grado) un par de “corredores viales” (que, me rio de janeiro) y
algunas callecitas vecinales que son más bien atajos de la maldad y prestan
poca ayuda. No quiero mencionar el Trolebús
(que sigo viendo como una excelente alternativa de movilización urbana) ni el
peatón, porque estoy convencido que esas no son razones que expliquen mi
desconsuelo (aunque se esmeran). Es algo mucho más perverso.
Por ejemplo: ¿alguien se habrá percatado de que en Mérida es imposible circular-con cierto grado de fluidez- si uno va de este a oeste o viceversa? Se lo explico: si usted sale a “hacer diligencias” y olvida planificar una ruta que vaya de Norte a Sur o de Sur a Norte, encomiéndese a un santo de comprobada eficacia (San Juan Pablo II, por aquello de la novedad en el cargo, podría garantizarnos un cierto nivel de protección; del resto, olvídese, Santa Rita de Casia ya me dijo que hasta allí no llega su atención a las causas imposibles). Cruzar a la izquierda o a la derecha para atravesar la ciudad - a lo ancho - no se puede. Nadie lo ha explicado nunca, y lo peor: nadie parece haberse dado cuenta de ese detallito, lo cual, supongo, obedece a que si lo hiciéramos, tendríamos también que explicar otra plaga, con licencia oficial, que un mal día decidió tomar la ciudad por asalto y enquistarse en el significado literal de tan desafortunada expresión, sin atreverse a disimular lo mucho que odia al resto de la humanidad: los motorizados, cuya contraparte la forma una colectividad enfurecida, que en lugar de frenar toca corneta, para abrirse paso, como se le antoje, en el sitio que le provoque aunque maneje una lancha. (Cuando no deciden detenerse a conversar con “un pana” surgido de la nada o a defender sus “derechos” en la mitad de la vía)
Por ejemplo: ¿alguien se habrá percatado de que en Mérida es imposible circular-con cierto grado de fluidez- si uno va de este a oeste o viceversa? Se lo explico: si usted sale a “hacer diligencias” y olvida planificar una ruta que vaya de Norte a Sur o de Sur a Norte, encomiéndese a un santo de comprobada eficacia (San Juan Pablo II, por aquello de la novedad en el cargo, podría garantizarnos un cierto nivel de protección; del resto, olvídese, Santa Rita de Casia ya me dijo que hasta allí no llega su atención a las causas imposibles). Cruzar a la izquierda o a la derecha para atravesar la ciudad - a lo ancho - no se puede. Nadie lo ha explicado nunca, y lo peor: nadie parece haberse dado cuenta de ese detallito, lo cual, supongo, obedece a que si lo hiciéramos, tendríamos también que explicar otra plaga, con licencia oficial, que un mal día decidió tomar la ciudad por asalto y enquistarse en el significado literal de tan desafortunada expresión, sin atreverse a disimular lo mucho que odia al resto de la humanidad: los motorizados, cuya contraparte la forma una colectividad enfurecida, que en lugar de frenar toca corneta, para abrirse paso, como se le antoje, en el sitio que le provoque aunque maneje una lancha. (Cuando no deciden detenerse a conversar con “un pana” surgido de la nada o a defender sus “derechos” en la mitad de la vía)
No hay forma de ser un buen conductor en esos términos,
entonces. Y lo lamento enormemente por Rayita, es imposible que estemos de
acuerdo: si los periódicos locales reseñan un promedio de 4 o 5 motorizados
muertos diariamente, si el Hospital local hace tiempo que rebasó – en mucho –
la capacidad de su unidad de traumatología debido a víctimas del tráfico. Si ningún
taller de latonería de la ciudad tiene cupo para reparar autos por lo que queda
del año (y los hay como arroz picado) y si diariamente aparecen más y más conos
rojos cerrando vias, policías viales con mucha mala leche y gente que
perdió la posibilidad de entender que su espacio empieza donde termina el
espacio del otro, no hay remedio.
Así que, lo siento mucho Rayi, pero voy a pedirte que revises tu opinión acerca de mi desempeño frente al volante: te concedo que no soy capaz de concentrarme, pero eso se aplica, por extrapolación, a muchas otras cosas de mi vida: Yo no soy un mal conductor. Yo soy un sobreviviente que aprendió (entre otras cosas) a comerse las luces amarillas el mismo día que entendió (a golpes) la imposibilidad de hacerle caso a un semáforo merideño. Deberías estar orgullosa de mí y de mi ángel de la guarda: a mí avanzada edad, todavía respiro, aunque diariamente enfrento la invalidez permanente entre las latas retorcidas de la inconsciencia. Mejor que eso, imposible.
Así que, lo siento mucho Rayi, pero voy a pedirte que revises tu opinión acerca de mi desempeño frente al volante: te concedo que no soy capaz de concentrarme, pero eso se aplica, por extrapolación, a muchas otras cosas de mi vida: Yo no soy un mal conductor. Yo soy un sobreviviente que aprendió (entre otras cosas) a comerse las luces amarillas el mismo día que entendió (a golpes) la imposibilidad de hacerle caso a un semáforo merideño. Deberías estar orgullosa de mí y de mi ángel de la guarda: a mí avanzada edad, todavía respiro, aunque diariamente enfrento la invalidez permanente entre las latas retorcidas de la inconsciencia. Mejor que eso, imposible.
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