Casi ha transcurrido una semana desde aquel domingo histórico. Cinco días en los que hemos visto como, algunas caras han ido descomponiéndose en gestos y expresiones de asquerosa violencia y como cualquier argumento ha sido válido para decir lo que nosotros escuchamos con un dejo de increíble sorna. Es muy sencillo: fuimos, votamos y sumamos, a pesar del miedo, una cifra de votantes que sobrepasa por un pelin a los famosos 3 millones de votos que queríamos obtener pero no sabíamos cómo. Fue el día más joven del año y, a pesar del miedo incomprensible que se están empeñando en sembrar desde lugares que no conocemos suficientemente, fue también, un día hermoso, radiante y sin lluvias.
Salí a votar a eso de las 8 de la mañana. Necesitaba tener el día desocupado para atender las necesidades que surgieran en la Junta Regional de Primarias. Antes fui a desayunar y en el restaurante, un ambiente de fiesta presagiaba el buen rollo de las elecciones. Algunos de los que saludé allí, habían votado ya y mostraban encantados el meñique violeta de las votaciones.
En mi centro de votación, encontré mucha gente en las colas, muy buen ánimo y muchos “viejitos” dispuestos a votar con la misma emoción con que han ido barriendo obstáculos en nuestra vida ciudadana. Allí vi lo que, quizás, fue el gesto más conmovedor de la mañana: efectivos del Plan Republica cargando sillas de ruedas o ancianos en andadera, para llevarlos hasta su mesa. No pude evitar pensar que ese no es el comportamiento que uno espera de una Fuerza Armada “comprometida con el régimen”.
Luego recorrí casi todos los centros de la ciudad. La alegría se multiplicaba a cada paso. La cantidad de personas esperando para votar aumentaba con las horas. Y por primera vez, la sensación de que era una fiesta a la que estábamos invitados todos, me fue llenando el corazón de esperanzas. Tal vez me preocupé excesivamente al encontrarme en Los Curos, con el Movimiento 13 en una actitud muy agresiva que estuvo a punto de dañar el acto electoral, pero, salvo ese detalle lamentable en nuestros estudiantes universitarios, todo salía a pedir de boca, si se me perdona el lugar común.
A las 4 y media nos informaron la prorroga y nosotros nos apresuramos en avisar a todos los rincones del estado. Más o menos, a las 8 y media de la noche, empezaron a llegar las actas y el material de los centros de votación. Una primera mirada nos reveló dos realidades materializadas más tarde: Lester Rodríguez la tenia difícil (terminó ganando por escaso margen) y Henrique Capriles la tenia bombita. La mejor de todas las noticias del día, sin embargo, estaba aún por llegar: Si en Mérida, el nivel de participación alcanzaba un 17% y se ubicaba en los 90 mil votantes, la cosa en el país había sido abrumadora.
Lo supimos un poco después: 3 millones y pico de venezolanos, habían decidido participar en unas primarias históricas que a esa hora, tenían sello Guinnes. 3 millones y pico de personas habían acudido a las urnas electorales para ver si empezamos entre todos a construir futuro. 3 millones y pico de gente que está dispuesta a poner algo cerca del mingo.
Apenas la pelea estaba empezando. Había valido la pena y valdría, a pesar de los primeros sinsabores de estos cinco días escasos que han pasado y que prometen un enfrentamiento histórico, sucio y triste, por parte de ellos. Nosotros, sabemos que por difícil que parezca, nunca hemos estado tan cerca de lograr el cambio.
El domingo 12 de Febrero lo demostramos.
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