Preocupada por los rumores que tenían la ciudad encendida, ella despertó, como todos los días, sin ayuda del despertador. Se había rendido ante la evidencia, un ruido cualquiera, a la hora de abrir los ojos, le arruinaba el día. Por eso, optó por despertar sin ayuda, siempre a la misma hora: 6:30 am; era su rutina más formal. Sencillamente no lograba dormir ni un minuto después. Él tampoco.
Lo sacudió en la cama suavemente, cerró la cortina para evitar que se diera cuenta que el sol se le había adelantado en la carrera. El despertó con un gruñido, el mismo de todos los días y abrió los ojos, miró directamente a los de ella. Descubrió con sorpresa que estaban llenos de luz. La besó. Ella respondió con una sonrisa, le quitó sabanas y cobijas y le dio un par de palmadas amables en la cara. Lentamente, él se levantó de la cama y fue hasta la ducha. El reloj de la mesa de noche marcaba casi las 7 de la mañana.
Ella sirvió café para los dos. Se sentó en el balcón a fumar y fijó la mirada en la pequeña plaza que estaba situada en la esquina diagonal a su edificio. Dos mujeres solitarias sostenían una pancarta en la que se leía el nombre de él. La estremeció la cercanía de las protestas; pero, la tranquilizó saber que en pocas horas, todo habría terminado. Él, salió de la ducha, se vistió con una nueva guayabera de lino y metió dentro de un finísimo maletín de cuero, el cargador de su teléfono, una pequeña cartera de mano que contenía toda su documentación, su IPAD, un par de bolígrafos de oro y unos lentes de sol. Se detuvo unos minutos frente al televisor, miro sin ver un programa de noticias extranjero y entró al balcón. Mirándola, agarró una taza, bebió el contenido y encendió un cigarrillo para él. Ella lo miró con miedo. Él no dijo nada. Ella se levantó, lo abrazó estrechamente y lo despidió. Él salió del pent house. Ella lo vio pasar por la calle y abordar el vehículo que lo esperaba. Ella hizo un gesto de adiós que él no vio, porque nunca miraba hacia atrás. Ella entró al apartamento, cerró las puertas del balcón, corrió las cortinas, se sentó en el sofá del salón y decidió quedarse en penumbras.
Se quedó dormida.
Pasado el mediodía, sonó el teléfono. No lo atendió. El teléfono se interrumpió, para sonar con insistencia una segunda vez, que tampoco fue atendida y una tercera. Esperó unos minutos en silencio y entonces respondió la cuarta llamada.
Tomó la maleta que tenía preparada, se vistió y salió. Iba, como siempre, perfectamente arreglada. Detuvo un taxi en la esquina, antes de embarcarse miró hacia la plaza. Las mujeres habían desaparecido, la pancarta no. Ella sonrió y le pidió al taxista que la llevara a una lejana dirección. Casi enseguida repicó su celular. Respondió sin ruidos. Entonces el taxista le contó la noticia que la radio repetía con urgencia desde hacía poco más de media hora.
- Es que yo sabía señora, yo sabía que lo del galpón lleno de plata se iba a descubrir. Todo el mundo lo decía. Fíjese, lo agarraron.
- ¿Está usted seguro que lo agarraron?
- Lo dijo la radio, lo agarraron a punto de escaparse. Parece que un tipo de ellos mismos lo contó, en un video que le robaron.
- Lo habrán matado, ¿no? Digo, al soplón….
- No que va….lo tienen detenido también, si ese es un héroe, segurito que ahorita mismo lo sueltan…ya cantó todo.
- No me había enterado de nada. Es en esa casa amarilla. ¿Cuánto le debo?
- Pues, pa´celebrar, como que la dejo a usted que le ponga precio. Ahora si que salimos de esto, con ese tipo preso y ese montón de plata en un galpón…es como la comiquita aquella del pato que se bañaba en un sótano lleno de plata. ¿se acuerda?
- Me acuerdo, se llama Rico Mc Pato…
Abrió su cartera, saco un billete de cien dólares y se lo extendió al chofer. Él lo recibió con cara de felicidad, fue al baúl del auto, sacó la maleta de ella e intentó caminar hasta la puerta de la casa, ella lo detuvo con un gesto. Se despidió con correcta amabilidad y sacó de su cartera un sencillo llavero con dos llaves. Abrió la puerta, entró. Encendió una luz y después otra. Dejó la maleta en el medio del pasillo y revisó su documentación. El pasaporte estaba en regla dentro de su costoso bolso de mano.
Varias horas más tarde, mientras esperaba en el aeropuerto de La Habana que recargaran su avión, recibió la llamada que había estado esperando todo el largo día. Una voz masculina dijo lo que ella anhelaba escuchar hacía rato:
- Tranquila, ya pasó todo. Salió como lo habíamos planeado. Unas horas rindiendo declaración y un avión en la puerta. El galpón con la plata lo saquearon. Esta gente es realmente previsible. Mañana nos vemos en Gibraltar.
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