El año pasado, recién cumplidos los 16 años, Gustavo dejó
embarazada a su novia de 15, con quien salía desde hacía un año. Digo que “dejó
embarazada” porque la novia, Marlenys, ni sabía lo que estaba haciendo, ni tenía
ganas de enterarse. Siempre que los veo,
pienso que se pusieron a jugar a ser mayores cuando estudiaban y
terminaron, como decía mi mamá, con tremendo diploma. Les cambió la vida;
sobre todo a Gustavo, un buen alumno repentinamente transformado en niño grande, por haberse convertido en papá, cuando sus amigos andan en las cosas en que andan los chamos de 16 años.
Quienes lo conocemos, sabemos que no anda en nada indebido, que estudia cuando puede (y siempre recibe una ayudita de sus profesores, porque ni modo) que trabaja como un burro, que se mete en todo lo que pueda darle algunas monedas extras y que responsablemente, mantiene tanto a Marlenys como a Rafael Gustavo, el niño de pocos meses que es la alegría de todos los cercanos porque les salió bonito, gracioso e igualitico a su papá, quien en un destello agradecido de lucidez lo salvo de un nombre que empiece por J y suene a Y acomodándole su propio nombre junto al del papá de Marlenys. Punto.
Quienes lo conocemos, sabemos que no anda en nada indebido, que estudia cuando puede (y siempre recibe una ayudita de sus profesores, porque ni modo) que trabaja como un burro, que se mete en todo lo que pueda darle algunas monedas extras y que responsablemente, mantiene tanto a Marlenys como a Rafael Gustavo, el niño de pocos meses que es la alegría de todos los cercanos porque les salió bonito, gracioso e igualitico a su papá, quien en un destello agradecido de lucidez lo salvo de un nombre que empiece por J y suene a Y acomodándole su propio nombre junto al del papá de Marlenys. Punto.
Para resolverse un poquito, Gustavo se hizo miembro del
consejo comunal del barrio, Gustavo va a marchas y a actos de todo tipo en donde
hace falta vestir una camiseta roja. Gustavo algunas veces ha defendido la
revolución - aunque la entienda poco - y
por allí, algunas “ayudas” le han caído. Hace poco andaba de lo más contento
porque recibió los materiales para terminar de construir algo parecido a un
anexo, en el terreno de la casa de sus padres para que, finalmente, “el casado,
casa tenga”. La construcción avanza con rapidez, gracias al concurso de algunos
vecinos solidarios y las manos de un Gustavo al que no le da miedo medírsele a
nada, excepto a los ataques de asma de su hijo, que lo han dejado sin sueño y
sin color en el rostro más de una vez.
Entre otras cosas, Gustavo hace las compras para la casa, pues
no tiene empacho en admitir que Marlenys suele gastar en lo que no necesitan,
las veces que le toca “hacer mercado”.
Es un viacrucis, Gustavo está obsesionado con el tema de la leche para
el muchacho (así lo llama) y suele recorrerse la ciudad entera a lomo de Bera
Socialista en procura de un par de potes de leche, bastante escasa en estos
días. Ayer me lo encontré por pura casualidad. Estaba más caliente que plancha
e´chino. Jamás le escuché a nadie soltar tal cantidad de maldiciones en contra
de todo el que se pusiera en frente. La razón: Gustavo tiene 17 años, aparenta
15 y todavía no vota; ergo, Gustavo no tiene derecho a comprarle un pote de
leche a su hijo de meses, en el supermercado Bicentenario (único donde la leche
es, más o menos, un producto de anaquel). Entró, lo agarró, junto a dos o tres
paquetes de las chucherías que le encantan a Marlenys y fue a pagar. Un efectivo
de la Guardia Nacional le quitó la leche de las manos, le pidió la cédula y le
informó con la prepotencia del caso, que la leche es un producto para mayores
de edad, votantes. No hubo forma. A pesar del pleito que armó Gustavo, era la
leche o la cárcel por unas horas, quizás días. El soldado a cargo de la leche
de la patria, no entendió que para algunos hombres, la paternidad responsable
es tanto un derecho como un deber de vida.
Gustavo salió del supermercado mentando madres, como corresponde. En ese momento se encontró conmigo. No aceptó mi ofrecimiento de entrar al supermercado y comprar la leche. Tuvo un impensable momento de dignidad adolescente; con los ojos nublados por lágrimas de profunda rabia, me miró y soltó una andanada de palabrotas que coronaban una sentencia, casi a muerte:
Gustavo salió del supermercado mentando madres, como corresponde. En ese momento se encontró conmigo. No aceptó mi ofrecimiento de entrar al supermercado y comprar la leche. Tuvo un impensable momento de dignidad adolescente; con los ojos nublados por lágrimas de profunda rabia, me miró y soltó una andanada de palabrotas que coronaban una sentencia, casi a muerte:
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¿Ellos no quieren que mi muchacho
tome leche porque yo tengo 17 años?…que se jodan….lo que soy yo, me mato antes
de volver a mover un dedo para defenderles su mamarracho…Este país se jodió,
profe; pero mi familia y yo, nos salvamos. Como sea, se lo juro que nos
salvamos.!!!
que tristeza...
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