Hay algo en Nelson Bocaranda que a mi no me
gusta. No es de ahorita. Conocí a Nelson circunstancialmente en los años del
Teresa y creo que alguna vez tuvimos una larga cháchara sobre sus y mis
orígenes andinos (Nelson es Bocaranda Sardi y los Sardi recalaron por estos
lados). Yo se, como cualquier venezolano
de mi generación, cuales han sido las andanzas profesionales de Bocaranda,
desde sus tiempos en RCTV. Recuerdo que ha tonteado un poco con lo más frívolo
del periodismo y, por alguna razón que no puedo explicar, lo relaciono mucho
con un señor que ejercía el periodismo de televisión esgrimiendo su condición de
ex sacerdote, que se llama José Visconti y desapareció, afortunadamente, de
nuestros radares. Tengo para mi memoria un encuentro de esos que no se borran
ni con lejía: en la boda de Barbarita Palacios alcancé mi cuarto de hora de
gloria social, arrinconado en un coro de maledicencias que integraban Osmel
Souza, Boris Izaguirre, Luis Salmerón, Isaac Chocrón, Nelson Bocaranda y este gochito bloguero, coro del que, por cierto, lo que no olvidaré nunca es la alegría de
Boris por haber acertado el color del traje de la madre de la novia y ganar una
apuesta que hicimos, por perder el tiempo, en el autobús que nos conducía desde
el estacionamiento de la USB hasta la sala de fiestas. Creo que después de ese
día memorable, nunca más vi – en vivo- a Bocaranda. Obviamente, fui uno de los
28 millones y pico de venezolanos que leía rigurosamente sus partes médicos en ocasión
de la enfermedad del difunto y la verdad, nunca le creí del todo (sigo sin
creérselos completamente) me parece que si, que tenía suficiente información
como para llevarle el pulso a la enfermedad (y es admirable que lo haya logrado
en medio del rigor inclemente con el que se mantuvo el secreto de una
enfermedad que jamás se hará totalmente pública) pero siempre he pensado que
algo de piquete, hubo. Recuerdo incluso
haber tenido una fuerte discusión familiar por estar del lado de los que no lo
aguantan mucho. Pero, más que eso, nada. Probablemente heredé la incomprensible
manía que mi Tía Morellale cogía a ciertos comunicadores (odiaba a Renny Ottolina en
la época en que eso era conducta sacrílega) o no se qué. Pero, Nelson Bocaranda
no me gusta, tal vez porque cuenta chistes (es fama su colección millonaria de
chistes) y yo, a los que cuentan chistes les tengo ojeriza. Punto.
Mis sentimientos hacia Nelson Bocaranda, son
míos, los tengo y los predico en ejercicio de una libertad que me pertenece. A
mi nadie me ha dicho que tengo que odiarlo. Porque para empezar, no lo odio. Me lo vuelven a poner en una mesa,
con un whisky en la mano y terminaré dándole de comer en la boca. No hay poder
en esta tierra que me convenza de que es un asesino fascista, terrorista o
conspirador en contra de la estabilidad de nadie; básicamente porque creo que
en Venezuela los únicos periodistas que “conspiran” contra la estabilidad de
esa cosa profundamente inestable que algunos llaman patria, se visten de rojo y
cacarean en esa entelequia incomprensible que se llama Sistema Nacional de
Medios Públicos – de lo que Dios nos guarde y libre - Si a mi no me cae Bocaranda,
eso es asunto mío. El que decide leerlo o no, el que decide verlo o no, el que
decide creerle o no, soy yo. Yo, un
ciudadano relativamente libre, al que le gusta burda tomar sus propias
decisiones, por equivocadas que estas sean. Por eso he decidido sumar la
persecución que le tienen, a los motivos
que yo tengo para que me caigan mucho peor los que desgobiernan el expaís.
Perseguir a un periodista que no ha cometido delito alguno es, sencilla y
llanamente, ir en contra de la libertad y la gente que va en contra de la
libertad, va en contra mía y no tengo porque escucharles argumentos de defensa.
Si Nelson Bocaranda cometió un delito
que amerite su presencia en los “altos
tribunales” (del régimen) sírvanse explicar, en castellano puro y limpio,
el delito en cuestión, aclarándoles por si acaso, que a la mayoría de los
venezolanos “conspiración contra lo que sea” no nos parece un delito
perseguible por la mera razón de que conocemos perfectamente la conspiración
universal de un lado y de otro: conspiramos para comprar papel higiénico o
aceite de buena calidad que mantenga a raya el colesterol malo, conspiramos
para conseguir la medicina que mantendrá la salud en su sitio, conspiramos para
poder vivir con cierta decencia y conspiran para robarse todo lo que encuentran
a su paso y mantenerse en un poder que nadie les ha dado.
Así que déjense de estupideces, dejen
tranquilo a Nelson Bocaranda para que yo pueda tener el placer - y el derecho -
de decidir que él es un antipático; de paso empiecen a respetar, que nunca es
tarde, a la gente que hace el esfuerzo de informarnos y váyanse a hacer algo por
todos los venezolanos a ver si pegan una, antes de que esto se les
convierta en Fuenteovejuna y no les alcancen las cárceles.
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