Ilse es profesora de Historia de
Venezuela en 3ero 4to y 5to año de
bachillerato. Hace muchos años se graduó de lo que en ese entonces se llamaba
“bachillerato docente” y desde ese día no ha parado de estudiar, es Licenciada
en Educación, tiene dos
especializaciones, una grosera cantidad de diplomados y seminarios y
recientemente obtuvo un Doctorado en Educación que le costó sangre, sudor, lágrimas y dos o tres viajes a Panamá para
resolver “asuntos de su interés personal” en la sede de una universidad panameña
que le ofreció el doctorado y le complicó la vida enterándola, pocos días antes de la toga, el birrete y la
capa doctoral, que el par de años de estudio a distancia no podían validarse en
Venezuela por alguna extraña razón burocrática.
Ilse es la madre divorciada de dos hijos universitarios a quienes atiende tanto como puede, no sin el remordimiento de saber que no está haciéndolo
bien y, poco tiempo ha tenido para dejar
escapar los dolores que le produce haber descubierto, después de un montón de
años compartiendo cama y manías con el papá de los muchachos, que tanto
estudiar y prepararse no le sirvió sino para que él pusiera sus ojos, y otras cosas más privadas, en manos de una gran amiga, de ella.
Robándole tiempos a los martes
para que los lunes se extiendan por más de 24 horas, Ilse ha salido adelante tanto
como eso es posible. A pesar de las
ofertas numerosas, ha permanecido como profesora de Historia en un liceo de
pobres que ella considera su casa. Todo
el oro de este mundo no la convencería de abandonar el aula de clases. Ese es
el único vicio que le queda. No piensa en jubilaciones, no cree que pueda dar
el salto a otros niveles de enseñanza ni encuentra razón alguna para abandonar
los grupos de adolescentes mal portados a quienes les ha enseñado mucho más que
las guerras de independencia.
Ilse gana lo máximo que puede ganar un profesor de escuela. Algo así como 5 mil bolívares mensuales más una cantidad cercana a 1000 bolívares en “cesta tickets” y algunos pobres beneficios adicionales, que escasamente se convierten en el significado real de beneficio. Ilse cubre todos los gastos de su casa, de ella y de sus hijos y mete mano en el desvencijado presupuesto de la escuela, para poder regalarle a sus otros muchachos una forma divertida de conocer la otra historia.
Últimamente, Ilse está comenzando a sentirse muy cansada. No lo achaca a un climaterio mal vivido porque eso fue algo que le tocó capotear en su momento. No es un desorden nervioso porque sabe que sus emociones, contenidas, están donde tienen que estar. Ilse se ha descubierto, casi a punto de cumplir 60 años, peleando con la vida unos pleitos, más bien amargos, que suelen empezar en las caratulas de unos libros llenos de logotipos y banderitas. A la hora del té, Ilse se siente una mujer a quien la vida le dio oportunidades para prepararse a enfrentar un futuro que se quedó en alguna parte del desorden estrafalario al que hoy llaman vida. Últimamente, a Ilse le parece que algún loco le cambió el guión, la escenografía y el vestuario y está amenazándola con dejarla sin banda musical.
Ayer, Ilse se sentó a conversar con uno de sus hijos, tenaz y emblemático abanderado de lo que llaman el conflicto universitario. No necesitó muchas explicaciones, la pena se le instaló en el alma casi al momento de cumplir 10 minutos en el difícil encuentro madre-hijo. Nicolás, desde un truncado tercer semestre de Ingeniería insistía airadamente en el silencio de otros gremios que podrían considerarse colegas. Ella lo escuchaba preguntándose angustiada qué hacer con la educación en el país de los imposibles. A pesar de estar en la misma acera, no lograron un acuerdo porque, en el mismo idioma, estaban hablando de cosas distintas. Es cierto, la plata no alcanza ni para el principio; pero, todo el amor de madre no logró convencer a Nicolás de que el coraje tampoco, ni las ganas de ser uno solo, ni el grito de basta. Si la ciudad que está dentro de una Universidad no ha conseguido una vida decente, ¿qué cree él que pueda hacer ella con libros en donde la historia empieza a escribirse en 1999?
Ilse gana lo máximo que puede ganar un profesor de escuela. Algo así como 5 mil bolívares mensuales más una cantidad cercana a 1000 bolívares en “cesta tickets” y algunos pobres beneficios adicionales, que escasamente se convierten en el significado real de beneficio. Ilse cubre todos los gastos de su casa, de ella y de sus hijos y mete mano en el desvencijado presupuesto de la escuela, para poder regalarle a sus otros muchachos una forma divertida de conocer la otra historia.
Últimamente, Ilse está comenzando a sentirse muy cansada. No lo achaca a un climaterio mal vivido porque eso fue algo que le tocó capotear en su momento. No es un desorden nervioso porque sabe que sus emociones, contenidas, están donde tienen que estar. Ilse se ha descubierto, casi a punto de cumplir 60 años, peleando con la vida unos pleitos, más bien amargos, que suelen empezar en las caratulas de unos libros llenos de logotipos y banderitas. A la hora del té, Ilse se siente una mujer a quien la vida le dio oportunidades para prepararse a enfrentar un futuro que se quedó en alguna parte del desorden estrafalario al que hoy llaman vida. Últimamente, a Ilse le parece que algún loco le cambió el guión, la escenografía y el vestuario y está amenazándola con dejarla sin banda musical.
Ayer, Ilse se sentó a conversar con uno de sus hijos, tenaz y emblemático abanderado de lo que llaman el conflicto universitario. No necesitó muchas explicaciones, la pena se le instaló en el alma casi al momento de cumplir 10 minutos en el difícil encuentro madre-hijo. Nicolás, desde un truncado tercer semestre de Ingeniería insistía airadamente en el silencio de otros gremios que podrían considerarse colegas. Ella lo escuchaba preguntándose angustiada qué hacer con la educación en el país de los imposibles. A pesar de estar en la misma acera, no lograron un acuerdo porque, en el mismo idioma, estaban hablando de cosas distintas. Es cierto, la plata no alcanza ni para el principio; pero, todo el amor de madre no logró convencer a Nicolás de que el coraje tampoco, ni las ganas de ser uno solo, ni el grito de basta. Si la ciudad que está dentro de una Universidad no ha conseguido una vida decente, ¿qué cree él que pueda hacer ella con libros en donde la historia empieza a escribirse en 1999?
No hay comentarios:
Publicar un comentario