En mi primer trabajo profesional como productor de teatro,
tuve la inmensa suerte de asistir el proceso creador de dos genios: Luisa (La
Nena) Zuloaga de Palacios y Víctor Valera, una a cargo del vestuario y otro
haciendo una escenografía que nunca olvidaré. En cierto momento, La Nena
Palacios y yo tuvimos un pequeñísimo rifi-rafe por una propuesta vestural que a
mí no terminaba de encantarme y que, la arrogancia inexperta de la juventud, me permitió la
altanería de criticar sin más argumento que un “no se Señora Luisa, no me gusta”.
Se trataba de unas faldas largas, negras por un lado y de colores
brillantes por el otro, que se cerraban y abrían gracias a un sencillo sistema
de cierres mágicos, permitiendo a las actrices cambiar de look, con un movimiento que tomaba segundos. Gracias a eso, la visión escénica también cambiaba,
dándole un divertido aire colorido al escenario de una obra musical que
requería diversión y ligereza aunque tocaba temas de mucha seriedad. Ante mi desazón por las famosas faldas y para
enseñarme una lección que me acompaña desde entonces, la Sra. Palacios (una de
las mujeres más exquisitas que he conocido en toda mi vida) me invitó a merendar
en la biblioteca de su hermosa casa de Los Rosales. Mientras desplegaba todos
los dibujos del vestuario que había creado para la producción (preciosos, por
cierto) y me obsequiaba uno (me lo robaron años más tarde, en aquel famoso
secuestro domiciliario del que fui víctima, pero esa es otra historia) La Nena
zanjó toda discusión con una afirmación de vida, que no de artista, a la que no
pude oponer argumento alguno:
-
Pero, Juan Carlos, mijo querido, la sencillez de una falda larga negra es
indispensable para toda mujer. ¿Cómo crees tú que podría ponerse elegancia en
los salones de baile (me
perdonan, pero yo inmediatamente me ubiqué en el Gran Salón del Caracas Country
Club) si uno no pudiera ver las faldas
largas moverse al compas de la música? ¿Cómo bailaríamos si no?
De inmediato, Luisa Zuloaga de Palacios se levantó de su
silla, y a pesar de estar ya aquejada de un cáncer insidioso, tomó un pedazo
grande de la tela negra que a mí no me gustaba, la amarró a su cintura y
comenzó a bailar por la biblioteca, mientras tarareaba alguna melodía que no
recuerdo bien. Ambos terminamos a carcajadas, olvidando para siempre las
diferencias, la obra se estrenó y fue nuestro primer gran éxito (el último en
que pude tener cerca a La Nena, murió meses después, para mi tristeza infinita)
Anoche me pareció verla:
¿Cómo hace una mujer para bailar vistiendo “una espectacular columna de seda pura, color sol de medianoche, rematada
en un monumental escote que recalca el delicado bustier trabajado en
lentejuelas boreales y miles de cristales facetados que, inspirado en las Cariátides
Egipcias, resalta la figura de nuestra preciosa Miss Canchunchú Florido, el cual termina en
una hermosa sobrefalda elaborada en Gazar
de Seda Oriental en la que, a manera de
lienzo, se han dibujado las auroras boreales de nuestro trópico incandescente,
logrado gracias a cintas de acetato metalizado, millones de canutillos
indo-persas y cristales austriacos envolviendo su figura a manera de polisón”?
Ahora: cierre los ojos, imagine a la Miss en cuestión y sáquela a bailar un merengue en la pista de baile del Hotel Alba Caracas. Bien, eso es lo que, entre otros millones de detalles imposibles de entender, hacen que Venezuela se detenga una noche al año, para mirar en sus televisores el incesante trasegar de maniquíes idénticas entre sí (e idénticas a las del año pasado, el año próximo y 1996) bailarines, cantantes, animadores, actores, actrices, saltimbanquis, oportunistas, ilusionistas, alquimistas, músicos, chancletudos, folclóricas, folclóricos, animales, modelos, trompetistas, disfrazados, escogidos, maricones y-América-toda-existe-en-nación, iluminados, maquillados y entaconados, en una noche tan linda como esta.
No estoy en contra. Mi formación inicial es el mundo del espectáculo y si quiero ver algo serio, me voy para Berlín y compro un ticket para La Schaubühne. Pero, ¿hace falta que sigamos en eso? Por ejemplo: ¿hace falta mal disfrazar a la talentosa Mariaca Semprún y ponerla a cantar una cosa que ni es Culo e´puya ni es el Indio Figueredo? ¿Hace falta poner a esas muchachas a caminar como almas en pena, más amortajadas que vestidas, para que alguien suficientemente cursi escriba descripciones que merecen la intervención de la RAE? ¿hace falta tanto y tanto? Yo creo que no. Miss Venezuela es una institución que ha sobrevivido a todo: la crisis, amenazas rojas, protestas, mises enfurecidas, rumores, acusaciones de prostitución, secretarias privadas, tanganas y otras calamidades, fueron capoteadas por un señor del espectáculo que ya no está, hizo lo suyo (con aciertos menores y mayores) se ganó el reconocimiento de dos generaciones de televidentes y creó un equipo de trabajo listo para recoger los bartulos, keep the show going on y pasar la página. Ese es el asunto: a Joaquín Riviera, Venezuela le perdonaba todo pues sabía que cada año haría una versión de su propio concepto Broadway-Tropicana en el que clavaba cada una de sus fantasías. Pero, ya está. No hacía falta tal “barroquismo boreal incandescente” para demostrar que aprendieron la lección; básicamente, porque la sensación es precisamente que no la aprendieron del todo.
Quizás estoy muy mayor para entender ciertas cosas, lo admito. Pero, en verdad, anoche, para que fuera linda la noche, hizo falta más Luisa Zuloaga de Palacios, menos grito destemplado, menos mises paralelas (hombre es hombre man-que-ponga) y sobre todo, por encima de todo, alguien que nos explicara la chaqueta de flores satinadas que se puso Osmel Souza para dar en préstamo su corona.
En la vida, para todo, hay límites.
Ahora: cierre los ojos, imagine a la Miss en cuestión y sáquela a bailar un merengue en la pista de baile del Hotel Alba Caracas. Bien, eso es lo que, entre otros millones de detalles imposibles de entender, hacen que Venezuela se detenga una noche al año, para mirar en sus televisores el incesante trasegar de maniquíes idénticas entre sí (e idénticas a las del año pasado, el año próximo y 1996) bailarines, cantantes, animadores, actores, actrices, saltimbanquis, oportunistas, ilusionistas, alquimistas, músicos, chancletudos, folclóricas, folclóricos, animales, modelos, trompetistas, disfrazados, escogidos, maricones y-América-toda-existe-en-nación, iluminados, maquillados y entaconados, en una noche tan linda como esta.
No estoy en contra. Mi formación inicial es el mundo del espectáculo y si quiero ver algo serio, me voy para Berlín y compro un ticket para La Schaubühne. Pero, ¿hace falta que sigamos en eso? Por ejemplo: ¿hace falta mal disfrazar a la talentosa Mariaca Semprún y ponerla a cantar una cosa que ni es Culo e´puya ni es el Indio Figueredo? ¿Hace falta poner a esas muchachas a caminar como almas en pena, más amortajadas que vestidas, para que alguien suficientemente cursi escriba descripciones que merecen la intervención de la RAE? ¿hace falta tanto y tanto? Yo creo que no. Miss Venezuela es una institución que ha sobrevivido a todo: la crisis, amenazas rojas, protestas, mises enfurecidas, rumores, acusaciones de prostitución, secretarias privadas, tanganas y otras calamidades, fueron capoteadas por un señor del espectáculo que ya no está, hizo lo suyo (con aciertos menores y mayores) se ganó el reconocimiento de dos generaciones de televidentes y creó un equipo de trabajo listo para recoger los bartulos, keep the show going on y pasar la página. Ese es el asunto: a Joaquín Riviera, Venezuela le perdonaba todo pues sabía que cada año haría una versión de su propio concepto Broadway-Tropicana en el que clavaba cada una de sus fantasías. Pero, ya está. No hacía falta tal “barroquismo boreal incandescente” para demostrar que aprendieron la lección; básicamente, porque la sensación es precisamente que no la aprendieron del todo.
Quizás estoy muy mayor para entender ciertas cosas, lo admito. Pero, en verdad, anoche, para que fuera linda la noche, hizo falta más Luisa Zuloaga de Palacios, menos grito destemplado, menos mises paralelas (hombre es hombre man-que-ponga) y sobre todo, por encima de todo, alguien que nos explicara la chaqueta de flores satinadas que se puso Osmel Souza para dar en préstamo su corona.
En la vida, para todo, hay límites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario