Nunca como ahora para etiquetarnos. Lo empezó el difunto: fue
él quien nos dividió en bandos, dos enormes pedazos de territorio, habitados
por quienes estaban con él y por quienes lo adversábamos: enemigos mortales de
cualquier cosa buena, llamados entre otras cosas, apátridas, escuálidos,
majunches, bazofias y algunos otros insultos que eran directamente
proporcionales al miedo que le producían nuestras acciones. Dos especies que lejos de extinguirse con
quien las creó, han ido reproduciéndose con el paso de los meses en sub
especies de todo tipo con un objetivo común: inventarse una vida que no se
parece a la que le ofrecen, a un bando y el otro, los herederos de la
patria. Voy a permitirme entonces,
reclasificarnos según sea la vida que buscamos y el medio, que siempre
justifica el fin, para ver si haciendo
ese ejercicio empiezo a comprender la
babel tropical que vamos siendo:
Padres huérfanos (de
mentira): Es una
exageración, porque existen los que de verdad lo son. Pero, Elizabeth Fuentes
acuña ese término a partir de aquellos padres y madres que día a día pasan por
el mal rato de despedir a sus hijos en los aeropuertos patrios, a donde acuden
(los hijos) cargados de sueños y aprehensiones para comenzar el difícil camino
de conseguirse un futuro en alguna parte de este ancho y ajeno mundo. Define a padres que se quedan persiguiendo
las nuevas tecnologías comunicacionales, para no sentirse tan desamparados y se
ven forzados a entender lo que en Norteamérica se llama el Síndrome del Nido Vacío,
nunca mejor dicho: los hijos no solo se fueron de casa, han desplegado sus alas
para volar alto y lejos, a veces, demasiado lejos y, aunque causa sufrimiento
(sobre todo en culturas como las nuestras, donde un hijo pertenece a sus padres
con derechos de uso y abuso) por lo menos otorga dos consuelos: el muchacho está vivo, bien y buscándose la
vida con posibilidades y ahora sí que puedo dormir tranquilo.
Padres huérfanos (de toda orfandad): merecen una consideración especial y no caben en ningún chiste. Tuvieron la desgracia de recibir la llamada que les avisaba que su hijo se encontraba en el momento equivocado a la hora equivocada. Nunca más los verán. La vida, si eso es posible llamarlo vida, se limitará a preguntas sin respuestas y para muchos, casi todos, acaba el día que dejan a sus hijos en el cementerio. Son la mejor prueba de que en Venezuela es mentira aquello de que nadie se muere en la víspera.
Los Expat´s: Ejecutivos exitosos al que una transnacional (de esas Imperialistas horrendas) les pone un container en la puerta, les paga boletos aéreos en primera clase a la familia entera y los traslada a vivir las maduras en algún destino relativamente idílico, en condiciones relativamente idílicas, a cambio de su alma y un poquito más. Se convierten en una tribu impenetrable, disfrutan de todos los beneficios de un expatriado (que en el mundo civilizado son numerosos) y solo tienen que preocuparse por mantener el carguito. Trepan por encima de cualquier obstáculo para no tener que volver JAMÁS y se compran una casa en alguna parte del mundo (Miami, por supuesto) a donde irán a parar cuando la transnacional cierre las negociaciones del merge y el expat se quede listo para recomenzar el ciclo. No regresan ni aunque les canten canciones.
Los enguayabados: lo que dan es un pesar indescriptible, porque para empezar, nadie sabe bien porque se fueron; pero, se fueron. La gran excusa es haberse ido a estudiar, pues jamás (ni bajo tortura) admitirán que abandonaron la patria amada. La mayoría tomó por asalto una urbanización de Miami llamada Weston a la que todos conocen como Westonzuela, aunque pueden encontrarse en Canadá, Houston, Panamá y España en cantidades relativamente similares. Viven en cambote, se disfrazan de jugador Vino Tinto en cualquier fecha patria, hacen asociaciones de venezolanos con cualquier objetivo, comen arepas y pabellón criollo casi a diario, se les salen las lágrimas cuando escuchan Gloria Al Bravo Pueblo por casualidad, oyen toda la música venezolana que jamás escucharon en San Fernando, repiten cuanto disparate escuchan de este gobierno horroroso, solo se relacionan con venezolanos, respetan las leyes de la ciudad de acogida, pero no entienden porque es such a big deal comerse una luz roja. Se dedican a hacer negocios relacionados con la nostalgia (en algún momento distribuyen tanto sancocho como tequeños exprés) y perpetúan el escándalo venezolano en cualquier sitio al que lleguen, pues lo único que no aprenden, jamás, es a hablar el idioma que se habla en la ciudad en que viven y a entender que el espacio de uno termina donde empieza el espacio del otro. Algún día volverán, para decirle a todo el mundo que "voz de la experiencia mediante", en ninguna parte se vive como aquí (o no, pero en el caso de ellos da igual porque es como si nunca se hubieran ido del todo) entre tanto, no perdonan navidad venezolana ni fiesta familiar alguna, a la que vienen a hablar de sus dos únicos temas: lo bien que les está yendo y la falta que les hace el “calor venezolano”.
Ciudadano en tránsito: no paran de hablar del día (maravilloso) en que lleguen a Maiquetía para montarse - sin mirar para atrás - en el próximo vuelo de American. Se saben todos y cada uno de los requisitos indispensables para emigrar (España y Estados Unidos suelen ser los primeros destinos, pero, Canadá y Panamá está ahí, ahí) tienen el plan perfectamente diseñado, pasan horas en Internet buscando información adicional, establecen redes de apoyo, son los duros de Skype y similares, saben de franquicias internacionales más que todo el mundo y pueden decir con rigurosa exactitud el precio de la “finca raíz” en cualquier ciudad del imperio. Todo el que los conoce, y quiere oírlos, sabe que quizás, algún día, se instalarán en Miami…pero, no tienen plata ni para comprar el boleto aéreo. Si logran irse, esos no van a regresar aunque Capriles se convierta en mandatario continental.
Venezolano resteado: su lema es el optimismo a ultranza. Son tan optimistas que podrían pasar por afectos al gobierno pues, en Venezuela, se está viviendo bien, a pesar de todo. No quieren ni escuchar hablar de los que se están yendo, le quitan el habla al sobrino que se fue a estudiar a Canadá y despotrican de él en cuanto evento familiar les dan el chance. No conocen a nadie que le haya ido bien en el extranjero (palabra que pronuncian con desprecio) y primero se mueren antes que renunciar a vivir en el mejor país del mundo. Tienen dos enemigos fundamentales: el exiliado (de cualquier tipo) y el gobierno y, aunque tienen el remedio exacto para “lo-que-nos-esta-pasando” se niegan a compartirlo con alguien. Van para Chichiriviche y Margarita antes que para Miami y por supuesto, son más Vino Tinto que Chiqui Peña. Entre su talentos se cuenta con honores lo de “raspar tarjetas”, conocer todos los intríngulis del SICAD, emprender negocios de génesis más o menos inexplicable y representar vívidamente aquello de “a mí que no me den, sino que me pongan donde haiga”
Los tira piedras: antes de levantarse de la cama ya han escrito dos o tres twitter convocando al “estallido social”. Están convencidos de que saldremos de esto, única y exclusivamente, si cogemos la calle. Dicen todo el tiempo que la gente está arrecha - ellos los que más – y están loquitos por prender el avispero. Son más peligrosos que mono con hojilla básicamente porque, casi con absoluta seguridad, no van a ponerle el pecho ni a las balas del gobierno ni a las de la oposición. Francisco Suniaga los llamó los opositores de la oposición y nunca un nombre ha sido tan afortunado. Tienen varios subtipos y dan para gastar mucha tinta en ellos; pero, en realidad no se lo merecen. Son una especie totalmente prescindible.
Los verdaderos NI-NI: hacen silencio, escuchan con atención cualquier conversación, por fundamental que sea, sobre el gobierno y/o la oposición. Podrían parecer indiferentes, pero saben más que perro e ´ciego. Participan poquísimo, salen a votar por principismo democrático, aborrecen al gobierno; pero, no lo predican. Rara vez se permiten un chiste o una infidencia. Son monacales. Si en general no les gusta el gentío, cuando se trata de asuntos “de-lo-que-nos-esta-pasando” se esconden tras un millón de excusas para no mezclarse con el soberano. Puede que escriban alguna cosa para expresar su descontento o colaboren con las finanzas de la oposición o hagan alguna otra movida bajo la mesa; pero, su nivel de compromiso – público – es mínimo. Lo que en realidad sucede con ellos es que, sin decirlo a nadie (muchas veces ni siquiera a sus familias) lo que están tramando es la escapada perfecta. Se van a ir y lo harán para siempre; pero, la gente que los rodea, (muy poquitica, por cierto) se va a enterar cuando inauguren el apartamento en una lejana ciudad Europea en la que vivan pocos o ningún paisano.
Padres huérfanos (de toda orfandad): merecen una consideración especial y no caben en ningún chiste. Tuvieron la desgracia de recibir la llamada que les avisaba que su hijo se encontraba en el momento equivocado a la hora equivocada. Nunca más los verán. La vida, si eso es posible llamarlo vida, se limitará a preguntas sin respuestas y para muchos, casi todos, acaba el día que dejan a sus hijos en el cementerio. Son la mejor prueba de que en Venezuela es mentira aquello de que nadie se muere en la víspera.
Los Expat´s: Ejecutivos exitosos al que una transnacional (de esas Imperialistas horrendas) les pone un container en la puerta, les paga boletos aéreos en primera clase a la familia entera y los traslada a vivir las maduras en algún destino relativamente idílico, en condiciones relativamente idílicas, a cambio de su alma y un poquito más. Se convierten en una tribu impenetrable, disfrutan de todos los beneficios de un expatriado (que en el mundo civilizado son numerosos) y solo tienen que preocuparse por mantener el carguito. Trepan por encima de cualquier obstáculo para no tener que volver JAMÁS y se compran una casa en alguna parte del mundo (Miami, por supuesto) a donde irán a parar cuando la transnacional cierre las negociaciones del merge y el expat se quede listo para recomenzar el ciclo. No regresan ni aunque les canten canciones.
Los enguayabados: lo que dan es un pesar indescriptible, porque para empezar, nadie sabe bien porque se fueron; pero, se fueron. La gran excusa es haberse ido a estudiar, pues jamás (ni bajo tortura) admitirán que abandonaron la patria amada. La mayoría tomó por asalto una urbanización de Miami llamada Weston a la que todos conocen como Westonzuela, aunque pueden encontrarse en Canadá, Houston, Panamá y España en cantidades relativamente similares. Viven en cambote, se disfrazan de jugador Vino Tinto en cualquier fecha patria, hacen asociaciones de venezolanos con cualquier objetivo, comen arepas y pabellón criollo casi a diario, se les salen las lágrimas cuando escuchan Gloria Al Bravo Pueblo por casualidad, oyen toda la música venezolana que jamás escucharon en San Fernando, repiten cuanto disparate escuchan de este gobierno horroroso, solo se relacionan con venezolanos, respetan las leyes de la ciudad de acogida, pero no entienden porque es such a big deal comerse una luz roja. Se dedican a hacer negocios relacionados con la nostalgia (en algún momento distribuyen tanto sancocho como tequeños exprés) y perpetúan el escándalo venezolano en cualquier sitio al que lleguen, pues lo único que no aprenden, jamás, es a hablar el idioma que se habla en la ciudad en que viven y a entender que el espacio de uno termina donde empieza el espacio del otro. Algún día volverán, para decirle a todo el mundo que "voz de la experiencia mediante", en ninguna parte se vive como aquí (o no, pero en el caso de ellos da igual porque es como si nunca se hubieran ido del todo) entre tanto, no perdonan navidad venezolana ni fiesta familiar alguna, a la que vienen a hablar de sus dos únicos temas: lo bien que les está yendo y la falta que les hace el “calor venezolano”.
Ciudadano en tránsito: no paran de hablar del día (maravilloso) en que lleguen a Maiquetía para montarse - sin mirar para atrás - en el próximo vuelo de American. Se saben todos y cada uno de los requisitos indispensables para emigrar (España y Estados Unidos suelen ser los primeros destinos, pero, Canadá y Panamá está ahí, ahí) tienen el plan perfectamente diseñado, pasan horas en Internet buscando información adicional, establecen redes de apoyo, son los duros de Skype y similares, saben de franquicias internacionales más que todo el mundo y pueden decir con rigurosa exactitud el precio de la “finca raíz” en cualquier ciudad del imperio. Todo el que los conoce, y quiere oírlos, sabe que quizás, algún día, se instalarán en Miami…pero, no tienen plata ni para comprar el boleto aéreo. Si logran irse, esos no van a regresar aunque Capriles se convierta en mandatario continental.
Venezolano resteado: su lema es el optimismo a ultranza. Son tan optimistas que podrían pasar por afectos al gobierno pues, en Venezuela, se está viviendo bien, a pesar de todo. No quieren ni escuchar hablar de los que se están yendo, le quitan el habla al sobrino que se fue a estudiar a Canadá y despotrican de él en cuanto evento familiar les dan el chance. No conocen a nadie que le haya ido bien en el extranjero (palabra que pronuncian con desprecio) y primero se mueren antes que renunciar a vivir en el mejor país del mundo. Tienen dos enemigos fundamentales: el exiliado (de cualquier tipo) y el gobierno y, aunque tienen el remedio exacto para “lo-que-nos-esta-pasando” se niegan a compartirlo con alguien. Van para Chichiriviche y Margarita antes que para Miami y por supuesto, son más Vino Tinto que Chiqui Peña. Entre su talentos se cuenta con honores lo de “raspar tarjetas”, conocer todos los intríngulis del SICAD, emprender negocios de génesis más o menos inexplicable y representar vívidamente aquello de “a mí que no me den, sino que me pongan donde haiga”
Los tira piedras: antes de levantarse de la cama ya han escrito dos o tres twitter convocando al “estallido social”. Están convencidos de que saldremos de esto, única y exclusivamente, si cogemos la calle. Dicen todo el tiempo que la gente está arrecha - ellos los que más – y están loquitos por prender el avispero. Son más peligrosos que mono con hojilla básicamente porque, casi con absoluta seguridad, no van a ponerle el pecho ni a las balas del gobierno ni a las de la oposición. Francisco Suniaga los llamó los opositores de la oposición y nunca un nombre ha sido tan afortunado. Tienen varios subtipos y dan para gastar mucha tinta en ellos; pero, en realidad no se lo merecen. Son una especie totalmente prescindible.
Los verdaderos NI-NI: hacen silencio, escuchan con atención cualquier conversación, por fundamental que sea, sobre el gobierno y/o la oposición. Podrían parecer indiferentes, pero saben más que perro e ´ciego. Participan poquísimo, salen a votar por principismo democrático, aborrecen al gobierno; pero, no lo predican. Rara vez se permiten un chiste o una infidencia. Son monacales. Si en general no les gusta el gentío, cuando se trata de asuntos “de-lo-que-nos-esta-pasando” se esconden tras un millón de excusas para no mezclarse con el soberano. Puede que escriban alguna cosa para expresar su descontento o colaboren con las finanzas de la oposición o hagan alguna otra movida bajo la mesa; pero, su nivel de compromiso – público – es mínimo. Lo que en realidad sucede con ellos es que, sin decirlo a nadie (muchas veces ni siquiera a sus familias) lo que están tramando es la escapada perfecta. Se van a ir y lo harán para siempre; pero, la gente que los rodea, (muy poquitica, por cierto) se va a enterar cuando inauguren el apartamento en una lejana ciudad Europea en la que vivan pocos o ningún paisano.
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