A veces, algo sucede que destrona al cáncer. Tal es el caso
de la sorpresa y el escándalo que todos hemos expresado por las “confesiones”
de un abogaducho de medio pelo, militar y magistrado del Tribunal Supremo, quien habló por televisión recientemente para
decapitar a todos los títeres del gobierno y dejar muy mal parados a los que
todavía se atreven a ejercer la profesión de Abogados.
Un caso perfectamente ilustrativo de lo que somos, o de
aquello en lo que nos hemos convertido. Para empezar, ¿Cómo es posible que un
cretino de tal naturaleza, se haya convertido en magistrado del Tribunal
Supremo de Justicia? ¿Por que llegó allí? La respuesta más fácil la tenemos en
el gobierno, quienes han hecho y deshecho con las instituciones públicas, sobre
todo con aquellas que administran o deben administrar justicia. Una mirada un poco más profunda, sin
embargo, deja muy mal parados a los
gremios cercanos a la justicia. Si es verdad que una bota pisoteó el sentido de
justicia, no menos cierto es que la misma bota acabó con el Colegio de Abogados
y con las Facultades de Derecho Venezolanas y convirtió en vergüenza la
profesión de abogado. Es simple: En lo más bajo de nosotros mismos, todos somos
un poco cómplices de la realidad que ese señor pintó a todo color.
Pero, hay más. En realidad las declaraciones de este tipejo,
(a quien de paso sea dicho nadie puede perdonarle su cinismo ni su pasado
delictivo) nunca hubieran sido públicas,
de no haber estado por el medio, las
ansias de venganza de un tipo tan funesto como “el magistrado” de nombre Eligio
Cedeño.
Ex amante de la hija del sabanetero y comprometido en
matrimonio con ella, Cedeño, al romper
el compromiso y causar un despecho histórico,
cayó en desgracia. Fue crucificado, muerto y sepultado y descendió a los
infiernos. Desde allí – un poco más
tarde que al tercer día – salió gracias a la buena acción de una jueza que se
atrevió a darle una medida cautelar que
A ELLA le está costando su vida.
En los pocos minutos que Cedeño, (ayudado por una monstruosa cantidad de
dinero que nadie sabe de dónde ha salido) necesitó para huir del país, empezó a
tramarse la más grave venganza que pueda imaginar el sabanetero. La
oportunidad, que la pintan calva, ha comenzado a presentarse con la aparición
del narcomagistrado. De buenas a primeras y con la única intención de continuar
horadando el poder de la información, Eligio Cedeño apareció como dueño de una
señal de televisión privada en Miami que, es lógico pensar, hace pingues
negocios con el rumor y la enfermedad aquella, entre el cada vez mayor “exilio
venezolano”. Pues bien, el canal de
televisión de Eligio Cedeño, fue el que se ocupó de revelarle a todos los
venezolanos, el estado del narcoestado.
Detrás de eso, residen miles de razones para empezar a
preocuparse. De algún modo, fuimos descomponiendo nuestra vida hasta llegar a
permitir que vivamos de la forma que lo hacemos. Entre las carencias diarias y las
miles de iniquidades a que estamos sometidos; la falta de seriedad con que
tomamos la vida nos convirtió en habitantes de un estado al que ahora llaman
forajido (me encanta esa palabreja) y en
el que, a la diaria violencia callejera
que deja más de 40 muertos a la semana (sólo en Caracas) debe sumarse la horrible violencia del
narcotráfico y la lucha entre carteles. Basta una mirada de soslayo a lo que
tuvo que vivir Colombia por tantos años y tenemos razones de sobra para que se
nos ponga la piel “chinita”.
Sencillamente, no podemos cruzarnos de brazos pensando que esas señales
sólo hablan de un régimen que hace aguas. Es cierto, es posible que el régimen
esté haciendo aguas, yo no lo dudo. Pero no se ahogará sólo. Todo verdugo tiene
el chance de arrastrar a sus víctimas y las probabilidades de salir ilesos son
cada vez más escasas. Si el régimen hace
aguas, el país hace aguas con él.
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