
Hoy son los 92 de mi nona Zaira. Esa nona que me tropecé en la vida a principios del amor convulsionado con el que he tenido más alegrías que con cualquier otro de los vividos. Hoy son los 92 años de una señora, que ha vivido todo lo suyo a contramano: nada con delfines, duerme con la cabeza en los pies, no le gusta que le den lo que no ha pedido, administra su tiempo y sus amores, se sienta a tomar cerveza en el patio, reza si le da la gana y, si no, dice oraciones a su modo y de todos modos Dios la escucha, porque es dueña de su albedrío. Una señora que da mil vueltas a otras cuantas y que en el mundo que yo habito (ya se lo dije una vez) es, según se mire, una abuela hippie o una abuela díscola.
Lo que no es, es vieja. Por eso suelo estar en desacuerdo con el mundo que yo habito. No es vieja porque según sus propias palabras no ha tenido tiempo de serlo, porque se ríe, porque se opone; porque en lugar de escarpines ella teje palabras que poco a poco van formando cadenetas de sueños, porque vuela papagayos de sabidurías, porque nada la horroriza, porque le duele lo que le tiene que doler; porque sueña, igualito a mí pero a colores, con un futuro mejor y sabe que vendrá. Porque tiene ganas y esas ganas las convierte en hechos. Porque cuando quiere es una dulce abuelita de cuento de hadas, el lobo feroz de la casita del bosque, la bruja buena de todas las historias o la más terrenal meretriz de medias caladas que seduce sin apuros lo que ama y sabe suyo.
Por lo que es y no conocemos la amamos. Por lo que esconde, por lo que deja de ser y por lo que juega a ser. Por habernos dado permisos y conocimientos y seguramente, también, por cada amanecer de abril y cada fiesta.
Dios te bendiga, Zaira de todas las Zairas. Que sean 120 y vengan mejorados.
Juan Carlos, qué hermosura de texto. Pero como nos suele ocurrir cada vez que escribimos de Zaira, no es nuestro el mérito sino de ella. Uno no hace sino describir, con mucha dificultad, lo que ella nos ofrenda cada día, lo que distinguimos, lo que aprendemos de ella, lo visible y lo invisible. Cada día intentamos ser mejor discípulos suyos. Pero aún nos falta esa magia que tan bien describes en tu amoroso papel. Yo soy una de las coleadas, de esos que nos sentimos de ella, como si nos hubiera parido de su vientre. De modo que entre tú yo existe un vínculo irrompible y me hace colearme entre tus papeles y aquí en tu blog, porque comemos juntos de la sabiduría, la magia y los encantamientos de ese ser único que es nuestra Zaira. Un abrazo.
ResponderEliminar