
Tiene dos hijos: una niña, brillante, de casi 20 años de edad y un pequeño de 10. La niña, desde la primera vez que hablé con ella en su adolescencia, sabe que su futuro no está en el calor insoportable de Barquisimeto. Sabe que lo suyo es cualquier país en el que, por lo menos, pueda quedarse en la calle hasta las tantas, como cualquiera de su edad, sin que a nadie se le tranque el credo en la boca. Por la misma razón su madre empezó a pensar en lo mismo. Un día por pura curiosidad y porque otros se adelantaron en la familia, intentaron el proceso de regularizar su residencia en Canadá. Lo demás es historia, cada vez más frecuente entre nosotros. Aprobada y sin rollos, empieza el plan de la mudanza. Mudanza en la que se adelantó la hija como quien ve el cielo abierto.
Hace poco hablamos. La mudanza de los demás no ha sucedido y la razón es muy simple: a mi amiga le faltan pocos años para obtener su jubilación universitaria. 20 años como profesora en la Facultad de Ingeniería, según ella, no se pierden así nada más. ¿O si?
Una jubilación, todos lo sabemos, es una especie de premio gordo. No es gratuita, pero para muchos es un premio. Un premio que se entrega después de por lo menos 25 años entregados a un trabajo formal. De todas, las mejores son las universitarias. La mayoría de los profesores universitarios salen jubilados a los 25 años de ejercicio, disfrutando los mismos beneficios laborales con que han mantenido su vida activa como docente. Beneficios que no se pierden mientras se pueda comprobar que estás vivo. Es la garantía de la vejez. Muchas veces, la razón por la que una persona cualquiera anhela rabiosamente entrar a trabajar a la Universidad. Empezar a caminar el camino a la jubilación.
El caso de Coromoto no es único. Cuando su generación alcance su ansiado beneficio, se sumará a la gran estampida. Algunos, como ella, podrían hacerlo antes. Por lo pronto, esta sumando reposos médicos a vacaciones legales y años sabáticos. Esos tiempos robados a sus semestres de enseñanza, transcurren en Canadá en proceso de adiestramiento para la nueva vida. Pero, una nueva incertidumbre se suma a las que ya tenemos: ¿Existe alguna garantía para el disfrute de una jubilación en el socialismo del siglo XXI? ¿Existen prestaciones sociales que bien administradas y convertidas en divisas negras, permitan de manera modesta, algún comienzo? A lo ultimo ya casi le tenemos respuesta: No, si eres empleado público. Las universidades y la educación media, son el zarpazo bajo la manga.
Es fácil adivinar lo que ellos piensan: Un grupo de profesores en edad activa, “cobrando sin trabajar” por más merecido que sea el beneficio, no se corresponde con la realidad socialista. Y eso, lamentablemente no escapa a quienes, como Coromoto, podrían estar dispuestos a cualquier sacrificio a cambio de la seguridad de sus hijos. O la suya propia. Por eso cada vez más, las maletas abundan no sólo en la mente, sino en la realidad de muchos. A cualquier precio.
Es una de las muchas caras de los que se van. Algunos puede que sigan pensando en los beneficios de una jubilación que cada vez más, “está en veremos”, si se piensa que servirá de algo en la vida allende los mares. Es una más de las libertades que están en riesgo. Es una más de las realidades nefastas del siglo XXI. O lo perdemos todo, y empezamos de nuevo cuando habíamos ganado el derecho a descansar sin preocuparnos por los reales, o lo que podríamos perder es la vida de los hijos o la nuestra.
Eso y nada más es lo que piensa Coromoto, que está casi dispuesta a renunciar a la jubilación. Después de todo tiene un hijo de 10 años, quiere verlo envejecer y ser abuela. ¿Habrá alguien que diga que está mal hecho?
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