Y en el medio de una realidad que no terminamos de ver con
ojos claros, surge un ingrediente que, como pocos, pinta de cuerpo entero la
venezolanidad: Una nueva y decisiva campaña electoral. De algún modo, la suerte
se las ha ido arreglando (bueno, la suerte y la perversa inteligencia política
del régimen) para llevarnos de campaña en campaña cada vez que las cosas
empiezan a ponerse más duras.
Esta vez, estamos ante la campaña de nuestra vida. La batalla final. Si se pierde, el comunismo, sus muchas desgracias y sus
pocas virtudes se instalarán a vivir en un país que poco a poco, ha ido
diseñándose al estilo de aquellos años en los que Cuba gozaba de protección
soviética. Si se gana, tendremos una oportunidad (quizás la última que verá
nuestra generación) para empezar a rectificar las cargas.
Se puede pensar entonces, que todo se reduce a un asunto
electoral, pero no es cierto. Parece cierto. De nuevo, es el tema de la
venezolanidad lo que se impone. A nosotros nos fascina una campaña. Nos
paraliza una campaña, un mitin, un acto de respaldo, una oportunidad para
gritarle a alguien que somos sus adversarios o para abrazarse a alguien que es
nuestro seguidor. Construidas a punta de
pura emocionalidad, las campañas electorales en Venezuela, revelan una verdad
poco frecuente en el mundo: aquí no gana las elecciones el que ofrece el mejor
futuro, aquí gana las elecciones el que hace la mejor campaña. Es decir, el que
levanta la voz más alto, el que hace las mejores fiestas públicas, el que
regala las mejores cosas, el que gasta más y piensa menos. Ese es,
precisamente, el lado más peligroso de la opción democrática: por mucho dinero
que logre conseguir (que será harto) nunca podrá igualar la oferta del régimen,
pues el régimen, para hacer campaña electoral, cuenta con TODOS LOS RECURSOS DE
LA NACION y los emplea sin pestañar.
El siguiente gran peligro es el que entraña una
percepción equivocada: la que los electores ven ahora en las filas de la unidad
democrática. Sencillamente, todavía no se ve al Comando Tricolor como un
comando ganador. Probablemente debido a que tenemos muchos años escuchando las
arengas multitudinarias de un hombre con el prodigio del verbo, nuestro
candidato, escaso en ese talento, aun no termina de hacer clic con sus
electores. De nuevo, una amenaza
terrible se cierne encima de eso: día a día crecen los rumores y las
afirmaciones (entre la prensa de “oposición” inclusive) según los cuales, la
voluntad que todos nosotros expresamos gallardamente el 12 de febrero, podría
ser desconocida. No es más que un rumor, lógicamente; pero, ese es el problema.
Lo cierto es que nadie
puede predecir cómo será la transición, si ocurre. Una primera idea para
componer un poco todo el reguero es ganar las elecciones del 07 de Octubre y
ganarlas por un margen de ventaja que no deje lugar a dudas. Para ello, hará
falta un poco mas de confrontación y lamentablemente, un poco mas de fiesta. La
idea de Capriles de mantenerse trabajando “a otro nivel” sin enfrentarse
abiertamente a su contendor, aunque buena,
es ineficaz. Es connatural de una candidatura política de cualquier
tipo, enfrentarse. Se enfrentan los alemanes, ¿no va a enfrentarse uno en este
calor de Octubre? Lo demás pasa por aprovechar cada espacio, cada mente lúcida,
cada rincón, para convencer que hay un
camino. Nunca el triunfo de nuestra propuesta demócrata, se había visto tan
posible. Pero, cuidado: ese triunfo necesita trabajo diario y mucha valentía:
la de hablarle a la cara a los que aun no se deciden por la democracia.
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